Evangelio según Lucas 5, 27-32
Sábado de la octava semana del tiempo ordinario
Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?” Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan”.
Meditación de Gonzalo Manzano González
“Los fariseos y sus escribas murmuraban”
Jesús parece decirme: Siempre habrá alguien que se percibe con la autoridad moral suficiente como para poner un dedo acusador frente a otros. En el caso de los fariseos, ellos eran reconocidos como maestros por la gente, y en ese sentido reconocían que su autoridad venía del pueblo mismo que los seguía. No crean que fui Yo quien les entregó esa autoridad. Respecto de mis sacerdotes en la Iglesia, Yo sí les he dado la potestad de representarme, pero no dejan de ser criaturas falibles y pecadoras como cualquiera de ustedes. Pedro, el primero, es vivo ejemplo de esto, al igual que Mateo y otros tantos más de mis discípulos. Ellos son iguales a cualquiera en dignidad.
Siempre imaginé esta lectura con los publicanos y otras personas comiendo en una fiesta amena, mientras los fariseos miraban por la ventana con ojos de reproche. Me parecía una escena algo patética desde la ventana hacia afuera, pero hoy veo esta lectura en un contexto que me permite entenderla. Los fariseos se sentían con la potestad de inmiscuirse porque así había sido desde que el sacerdocio judío volvió del exilio, y eran los herederos de los grandes sacerdotes instituidos por la ley mosaica. Los comprendo en su actuar, aunque no valido su soberbia. Y cuán soberbio soy yo día a día, a veces juzgando parcializado, otras apresurando comentarios. Igual de pecador.
Señor Jesús, no puedo expresar la vergüenza que tengo cuando me doy cuenta de que actúo con la misma soberbia que los fariseos, Estos “malos de la película” no entendieron tu mensaje, y prefirieron mantenerse atados a las reglas mundanas de sus antepasados a abrirse a la Buena Nueva que Tú trajiste. No encuentro más respuesta que la propia soberbia, pero sobre todo la cobardía de desconocer que otro pueda tener razón. Necesito misericordia, Señor, tanto conmigo mismo, para no ser autoflagelante, como con los demás, para no ser soberbio y evitar juicios parciales. Dame esa misericordia, Señor, porque solo no soy capaz de encontrar el camino. AMÉN