Evangelio según San Lucas 6, 27 – 38

Domingo de la séptima semana del tiempo ordinario

 

Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

 

Meditación José Miguel Arévalo Araneda

 

Y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y los malos”

 

El Señor me dice: quisiera que salgas del “te doy esperando que tú me des a cambio”. Te digo que busques ser como Yo, hijo del Padre, que es bueno con los desagradecidos y los malos. En la medida que creces en saber que todo lo recibes gratuitamente del Padre crecerás en poder dar gratuitamente. Así te vas liberando de la sobrevaloración de tu yo y de tus méritos, que te apartan del amor a los demás. Como sabes, no he venido a juzgar y condenar. Mi mensaje y mis obras son de esperanza, sanación, salvación, perdón y misericordia. Si vives en la esperanza, el perdón y la misericordia que recibes, podrás darla también a otros. A esos les prometo una gran recompensa.

 

Siento que a menudo estoy sumergido en un mar de relaciones con intercambios transaccionales, que resulta egoísta, estrecho, y que me lleva a prescindir de Dios. El Señor me invita a ir más allá, con Él y a semejanza del Padre Dios. Es muy agradable y cómodo quedarme en el círculo de la familia, de los que piensan como yo, y evitar a los que piensan distinto o no me simpatizan. Él me invita a la magnanimidad, a dar más de mí. A pesar de que encuentro muchos motivos para creer que las cosas van cada vez peor en nuestro entorno, siento que Él y la Iglesia en este año jubilar me invita a elegir una actitud de esperanza y misericordia. Estoy consciente de no querer ser parte de aquellos cuya principal voz es criticar, juzgar y condenar a cercanos y lejanos.

 

Gracias Señor, porque con tu mensaje nos quieres acercar a Ti y nos invitas a crecer en asemejarnos al amor del Padre. Nos pones aspiraciones altas que nos llevan hacia la santidad de vida y el pleno amor a los demás. Veo claramente que nada de eso me es posible alcanzar, sino me voy ligando más profundamente a Ti a través de la oración, la meditación del Evangelio y la Eucaristía. A través de María, nuestra madre, buscaré seguir su ejemplo en unidad a Ti y en entrega, con los talentos que Tú me has regalado. AMÉN