07. Datos históricos del origen del santuario de Schoenstatt
P. Rafael Fernández
Datos históricos del origen del santuario de Schoenstatt.
1914 fue un año decisivo en la historia mundial. Desde 1912, el joven sacerdote José Kentenich ejercía la labor de director espiritual del seminario de los padres palotinos en Schoenstatt, Alemania. En junio de ese año, los seminaristas habían partido a vacaciones. El 1° de agosto estalla la primera guerra mundial.
En este marco se sitúa el nacimiento de Schoenstatt. El P. Kentenich trata de interpretar a la luz de la Divina Providencia qué quiere Dios de él y de la floreciente Congregación Mariana que habían fundado con los seminaristas. Sabe que en el futuro ya no podrá estar junto a ellos como hasta ese momento.
Entretanto, la antigua capillita de san Miguel cercana al seminario, que estaba abandonada y servía para guardar las herramientas del jardinero, fue puesta a disposición de la Congregación en julio de ese año. Por ese tiempo, cayó en manos del P. Kentenich una revista, en la cual se publicaba un artículo sobre Nuestra Señora de Pompeya y el abogado Bartolo Longo (canonizado como santo por Juan Pablo II), quien había pedido a María que se estableciese en la iglesia de esa ciudad, que vivía una gran decadencia, para que ésta experimentara una profunda renovación religiosa y moral por medio de María.
El P. Kentenich reza y medita -como nunca en su vida, confiesa- considerando que tal vez Dios le indicaba por las circunstancias que invitase a María a establecerse en la capillita de Schoenstatt, para que ella erigiese allí su trono de gracias e iniciase desde allí un movimiento de renovación.
Considerando la fecundidad y la vida que había surgido en los jóvenes entre 1912 y 1914, no podía sino pensar que Dios quería algo más con ellos. Por otra parte, imaginarse que esa invitación a María era posible, concordaba con una ley general en el reino de Dios: cuántas veces en la historia del mundo lo pequeño e insignificante ha sido el origen de grandes cosas.
Después de meditarlo y rezarlo largamente, llegó a la convicción que debía aventurar un nuevo paso. Ya no se trata sólo del amor y la entrega a María o de un efectivo apostolado mariano. Se trataba nada menos que de una nueva fuente de gracias para la Iglesia y el mundo, de un “audaz pensamiento”: aventurarse a pensar que Dios realmente quería que María estableciera su trono de gracias en la pequeña capillita de Schoenstatt.
Los alumnos regresaron de sus vacaciones en octubre. Algunos ya debían partir a enrolarse en el ejército. El 18 de octubre se reunieron por primera vez en la capillita recién restaurada.
El P. Kentenich les explicó entonces su “secreta idea predilecta”. ¿De qué se trataba? Lo expresó así:
San Pedro, después de haber contemplado la gloria de Dios en el Tabor, exclamó arrebatado: «¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos aquí tres tiendas!». Una y otra vez vienen a mi mente estas palabras y me he preguntado ya muy a menudo: ¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María? Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia. Sospecharán lo que pretendo: quisiera convertir este lugar en un lugar de peregrinación, en un lugar de gracia, para nuestra casa y toda la Provincia alemana y quizás más allá. Todos los que acudan acá para orar deben experimentar la gloria de María y confesar: “¡Qué bien estamos aquí!
¡Establezcamos aquí nuestra tienda! ¡Este es nuestro rincón predilecto!” Un pensamiento audaz, casi demasiado audaz para el público, pero no demasiado audaz para ustedes. ¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!
¿Por qué no podría suceder también lo mismo con nosotros? Quien conoce el pasado de nuestra Congregación no tendrá dificultades en creer que la Divina Providencia tiene designios especiales respecto a ella. (Acta de Fundación, párrafo 7)
Lo que, en un comienzo, pudo ser una ilusión o simplemente un deseo piadoso, posteriormente se mostró claramente como plan de Dios. El 18 de octubre marcó lo que el P. Kentenich llamó más tarde el primer hito de la historia de Schoenstatt. Constituye una extraordinaria irrupción de gracias en la historia de la Iglesia. Dios confirmó –esto lo avalan los hechos- que Él verdaderamente quería que María estableciese su trono de gracias en la capillita de Schoenstatt: la pequeñez de los instrumentos, la magnitud de las dificultades y la extraordinaria fecundidad que se dio en el transcurso de los años, constituyen una prueba suficiente de que la Santísima Virgen aceptó la invitación de establecerse espiritualmente en su santuario de Schoenstatt.
Estas realidades confirman que la “audaz idea” de invitar a María a erigir su trono de gracias en la pequeña capillita de Schoenstatt, que había propuesto el P. Kentenich a los jóvenes de la Congregación Mariana, había interpretado adecuadamente la voluntad y el plan de Dios. La entrega heroica de los estudiantes seminaristasen la guerra; el ofrecimiento de su vida a María, la expansión y desarrollo, después de la guerra; todo lo que fue surgiendo a partir del pequeño santuario, corroboraba la “resultante creadora” de lo que, sin duda, había sido más que una iniciativa humana.
El santuario de Schoenstatt es el secreto de la vitalidad de Schoenstatt, la raíz profunda de su fecundidad. Schoenstatt no es primariamente una organización, una ideología o un método pedagógico, sino un lugar de peregrinación mariano. Schoenstatt no es un Movimiento que tiene un santuario, sino un santuario a cuyo alrededor ha surgido un Movimiento.
María ha querido establecerse espiritualmente en el lugar de Schoenstatt para hacernos llegar su presencia de Madre y Educadora y regalarnos las gracias que el Señor ha puesto en sus manos. María, como en tantos otros lugares de gracias, se ha querido ligar a este lugar concreto para “repartir sus tesoros de gracias” y, como en un Tabor, “manifestar su gloria”, convirtiendo el terruño de Schoenstatt en un “lugar de peregrinación” donde ella, como en el Cenáculo, implora las gracias del Espíritu Santo y nos ofrece sus dones.