07. Una Iglesia mariana es una Iglesia profundamente comunitaria

P. Rafael Fernández

Una Iglesia mariana es una Iglesia profundamente comunitaria

Por la presencia de la Santísima Virgen el Pueblo de Dios recobra y asegura su carácter comunitario. La Madre de la unidad quiere hacer nuevamente de la comunidad eclesial, a veces tan profunda y trágicamente dividida, una familia de hermanos. Ella es el espacio vital donde los hijos reconocen su origen común y se unen al calor de su presencia; junto a ella se aprende a escuchar, respetar, servir y se deponen las posiciones de poder.

La Iglesia necesita reconocer a María como Madre para ser signo de esperanza en un mundo dividido, donde es ley la violencia, la manipulación del hombre por el hombre y los intereses egoístas. La cercanía a la Santísima Virgen nos transmite el espíritu de Cristo, manso y humilde de corazón. Por eso, el mismo Cristo nos la regaló como verdadera Madre. Pablo VI, al término del Concilio Vaticano II (1965), quiso reconocer nuevamente este don proclamándola solemnemente «Madre de la Iglesia».

El renacer de la piedad mariana necesariamente conducirá a la Iglesia a un reafianzamiento de su carácter comunitario. Bajo su manto la Iglesia se siente más que nunca «familia de Dios», pueblo de hermanos e hijos. El renacer mariano es también una nueva fuente de esperanza para el ecumenismo, puesto que uno de los más poderosos vínculos que nos unen a la Iglesia ortodoxa y a la Iglesia anglicana es María.

Es cierto que el protestantismo manifiesta diferencias y dificultades. Pero, tal vez, nos ayudaría insospechadamente al acercamiento con los hermanos separados, el redescubrimiento de la imagen bíblica de María y su verdadera dimensión cristológica y eclesiológica. La unión debe realizarse en la verdad y la fidelidad al plan de Dios. Por eso, no podemos renunciar a ella o dejarla en la penumbra en procura de una pretendida unidad que, de hecho, no lograríamos. Al contrario, la búsqueda de la verdad nos une. Y ella, la que reunió a los apóstoles en el Cenáculo, implorará también ahora, para nosotros, al Espíritu que congrega lo disperso.