Tema 5 – 12 de Noviembre – Oración Inicial del Mes
«QUE SE HAGA EN MI SEGUN TU PALABRA»
TEXTO: Lucas 1,38
Maditación P. Rafael Fernández

Muchas veces hemos escuchado el relato de la Anunciación a María y cada vez que lo oímos descubrimos en él nuevas dimensiones. Es el diálogo del Dios que busca y requiere al hombre, que interviene en la historia para salvar, del Dios que respeta su criatura, y que, por así decirlo, se inclina ante la libertad que él mismo lo otorg6. Y frente a este Dios, está una persona, María, que sabe admirarse al recibir la visita del Señor, que se manifiesta íntegra y consciente, que acoge la palabra, pero no con una actitud pasiva, sino lúcida, que se pregunta a sí misma qué significa aquello que escucha, que interroga, que toma la posición que le corresponde ante Dios, no como un esclava, sino como una criatura que se sabe amada y requerida.

No pretende tener una claridad absoluta, no intenta saber todos los detalles de la realización del plan que Dios le propone. Le basta asegurarse que Dios así lo quiere, pues él, que es sabio y poderoso, le irá mostrando luego, paso a paso, el camino por recorrer. Se da con él un diálogo de amor y de entrega mutua. María responde sí; ella se confía con todo su ser a la voluntad divina, asume libremente con total responsabilidad la proposición y el don del Señor. Lo hace con alegría y abandono, y, al hacerlo, está consciente de que asume un riesgo, pero no trepida por ello en dar su sí.

¡Qué contraste muestra esta escena con lo que generalmente siente el hombre contemporáneo en su relaci6n con Dios! Para este hombre, Dios es un ser lejano, etéreo; él no piensa que pueda establecerse con Dios un diálogo, donde hay pregunta y respuesta, donación y aceptación, con esa libertad propia del amor, que no violenta, que respeta, pero que, a la vez, es tremendamente exigente. Piensa que someterse significa esclavizarse, quizás por la experiencia vivida ya en al propio hogar, donde el padre, la autoridad dentro de la familia, ejercía su poder con distancia y despotismo, imponiendo su voluntad.

¡Gracias a Dios que también tenemos otras experiencias! Porque, ¡con cuánto gusto hacemos la voluntad de quienes amamos, con qué alegría damos nuestro sí a quienes queremos de corazón! Nunca se nos ocurriría pensar que ese sí disminuye nuestra libertad o que menoscaba nuestra dignidad. ¡Con cuánto abandono nos confiamos a aquello que nos propone alguien que sabemos que es sabio y prudente, que quiere, por sobre todo, nuestro bien y que es suficientemente poderoso como para guiarnos a través de las dificultades.

Quien está allí, ante el mensajero de Dios, no es más que una muchacha, una joven quizás no mayor de 15 años. De su sí dependía nada menos que la encarnación del Verbo de Dios. En verdad, no sólo ella se arriesga sino que es también Dios el que se arriesga, como se arriesgó con Adán y con Eva. Parece que ese Dios no se asusta ante la pequeñez del hombre. Es el mismo Dios que dice al profeta Jeremías: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado; yo te constituí profeta de las naciones. Yo dije: «¡Ah, Señor Yahvé! mira que no sé expresarme, que soy un muchacho». Y me dijo Yahvé: «No digas: ‘Soy un muchacho’, porque adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mando dirás, porque yo estoy contigo y para salvarte». (Jer 1,5 ss.)

El ángel también había dicho a esa muchacha de Nazaret: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios… Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». María, a diferencia de Jeremías, no se defiende, no alega que ella es muy pobre y pequeña para deshacerse así de la responsabilidad que se lo confía.

Su pequeñez no es un obstáculo. Al contrario, ella misma lo proclamará en su cántico de alabanza: «Magnifica todo mi ser al Señor, porque ha mirado la pequeñez de su sierva»

Como María, Dios también nos envía a nosotros sus mensajeros. Nos habla no a través de un ángel, pero si a través de las circunstancias, por su palabra viva en el Evangelio, por la voz de nuestros pastores, por las necesidades de nuestros hermanos, por los signos de los tiempos, por el consejo de, nuestros amigos, por las injusticia que claman al cielo, por la naturaleza de las criaturas, por la ley eterna que él mismo grabó en su ser al crearlas. Por las inquietudes que pone el Espíritu Santo en nuestros corazones. Sí, Dios nos habla y nos requiere. Cuando pensamos que Dios está ausente, que esta lejano a nuestra realidad y a los problemas que nos acosan, cuando creemos que él no se preocupa de nosotros, ¿no será, más bien, que no sabemos escucharlo, que no sabemos descubrirlo?. Así como, a veces, hemos convivido durante años con personas sin haber aprendido a escucharlas y sin conocerlas, así también puede sucedernos con Dios.

María supo admirarse; ella se «conturbó», nos dice el evangelista; se preguntó que quería decirle Dios con aquel saludo. ¿Nos admiramos también nosotros? ¿Nos dejamos tiempo para preguntarnos lo que Dios nos dice? ¿Nos detenemos a escuchar? ¿0 nos hemos dejado coger por la máquina del activismo, de la superficialidad, del consumismo y del materialismo en boga?

María nos llama a un re descubrimiento de Dios, a cambiar, quizás radicalmente, la imagen que de él nos hemos forjado. Nos llama a asumir la posición que nos corresponde ante el Dios de la vida y del amor, como criaturas libres y responsables, conscientes de que de su sí depende el acontecer de la historia. Ella, la pequeña sierva del Señor, nos alienta a no reparar en nuestra miseria y pequeñez; nos impulsa a ser valientes, a dar el paso arriesgado de la fe que es compromiso y entrega. Con ella queremos decir hoy de todo corazón: sí, Señor, que se haga en mí según tu palabra, yo también me arriesgo, yo también confío, yo se que tú también me necesitas para realizar tu plan de salvación y liberación del hombre do nuestro tiempo; contigo no temo, porque sé que para ti no hay nada imposible.

Oración Final del Mes