Tema 14  – 21 de Noviembre – 2012 – Oración inicial del Mes

«Dio a luz a su hijo primogénito»

Textos: Mt.18,1 4; Lc.18, 15 17; Gal 4,1 7

Meditación P. Rafael Fernández

«Y mientras estaban en Belén, le llegó a ella el tiempo del alumbramiento. Y dio a luz a su Hijo Primogénito, lo envolvi6 en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc. 2,6 7). María, al dar a luz a su Hijo, en ese mismo momento, de algún modo, nos daba también a luz a nosotros. Cristo, el Primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29) no puedo ser separado de los suyos, pues la Cabeza está unida a los miembros y éstos a la Cabeza.

María irá comprendiendo cada vez más la realidad de este hecho. Ella fue la primera que penetró el misterio de nuestra vocación a ser «hijos en el Hijo». Y hermanos en nuestro Hermano Cristo. Cuando llegó la hora del Gólgota, ella estaba ya enteramente preparada. Sabía que ése era el precio de nuestro rescate, del nuevo nacimiento. Por eso se mantiene en pie, su alma traspasada de dolor, junto a la cruz de su Hijo. Sabe que ha llegado el momento de darnos a luz en el dolor, haciendo de su sufrimiento una sola ofrenda con la de Cristo. Si Cristo nos merece la gracia de ser hijos, reconciliándonos con el Padre, María se asocia activamente a esa obra de redención. De este modo pasa a ser verdadera madre nuestra en el orden de la gracia. Porque ser madre significa dar la vida, participar esencialmente en la gestación de un nuevo ser. Por eso el Señor la proclama desde lo alto de la cruz Madre nuestra: «Ahí tienes a tu Madre «, dice a Juan y a ella: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn. 19,25 27). Desde entonces quien acepta, en la fe, la gracia y el don de Cristo el Señor y pasa a ser uno con él, al mismo tiempo, pasa a ser en él, hijo de María. Si somos de Cristo, somos de María; en esto no hay separaci6n posible. Y así somos de María, somos de Cristo. Ese es el plan de Dios, el designio maravilloso de su bondad.

Dios es congruente con sus obras. Cuando pensó lo que debía ser su Pueblo, no pudo dejar de darnos una madre. Era impensable la familia de los hijos de Dios sin una auténtica madre. El mismo puso en el corazón de cada hombre la necesidad de recibir cariño maternal. Si falta la mamá en el hogar, queda un vacío, una insatisfacci6n en el corazón. Y Dios respeta las necesidades de ese corazón que el mismo creó. Por eso, al pensar la Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios, él quiso que en ella también hubiese una madre, para que en la Iglesia, nuestro corazón se sintiese plenamente en casa. La existencia de la Santísima Virgen es una prueba más del inmenso respeto y delicadeza que tiene el corazón de Dios para con los hombres. Así como quiso que Cristo mismo tuviese una madre, quiso que nosotros también tuviésemos una madre, la misma madre suya es nuestra madre; él, el Primogénito, nosotros, sus hermanos, sus hijos en quien ella ve al Hijo.

Michel Quoist, en una oración muy hermosa nos describe esta realidad:

«Mi mejor invento, dice Dios, es mi madre. Me faltaba una madre y me la hice. Hice yo a mi madre antes que ella me hiciese. Así era más seguro. Ahora sí que soy hombre como todos los hombres.

Ya no tengo nada que envidiarles, porque tengo una madre, una madre de veras. Sí, eso me faltaba. Mi madre se llama María, dice Dios. Su alma es absolutamente pura y llena de gracia. Su cuerpo es virginal y habitado de una luz tan espléndida, que cuando yo estaba en el mundo no me cansaba de mirarla, de escucharla, de admirarla. ¡Qué bonita es mi madre! Tanto, que dejando las maravillas del cielo nunca me sentí desterrado junto a ella. Y fijaos si sabré yo lo que es eso de ser llevado por los ángeles… Pues bien, eso no es nada junto a los brazos de una madre, creed!

Mi madre ha muerto, dice Dios. Cuando me fui al cielo yo la echaba de menos. Y ella a mí. Ahora me la he traído a casa? con su alma, con su cuerpo, bien entera. Además, dice Dios, también lo hi¬ce por mis hermanos los hombres: para que tengan una madre en el cielo, una madre de veras, como las suyas, en cuerpo y alma: La mía… ¡Ah, si los hombres adivinasen la belleza de este misterio…! Ellos lo han reconocido por fin oficialmente. Mi representante en la tierra, el Papa, lo ha proclamado solemnemente. ¡Da gusto, dice Dios, ver que se aprecian los dones que uno hace! … Y ahora, que se aprovechen, dice Dios. En el cielo tienen una madre que los ama con todo su corazón, con su corazón de carne. Y esa madre es mía. Y me mira a mi con los mismos ojos que a ellos, me ama con el mismo corazón. ¡Ah, si los hom¬bres fueran astutos… bien se aprovecharían! ¿Cómo no se dan cuenta que yo a ella no puedo negarle nada? ¡Que queréis! ¡Es mi madre! Yo lo quise así. Y bien … no me arrepiento. Uno junto al otro, cuerpo y alma, eternamente madre e Hijo».

 

Sí, María es nuestra madre de verdad; así como Cristo hijo suyo verdadero, también nosotros somos sus hijos. Y eso quiere decir que nos ama con toda la intensidad y calidez con que la mejor de las madres ama a su hijo, y mucho más aún; porque el amor de todas las madres del mundo resulta pequeño en comparación al amor de su corazón maternal. «Madre y Reina de la misericordia», la invoca la liturgia de la Iglesia; «Madre de la Iglesia», la ha proclamado el Santo Padre Paulo VI. Si nosotros fuésemos en verdad suficientemente astutos, como dice Quoist en su oración, ¡cómo nos aprovecharíamos! Tenemos un regazo de madre en el cual reclinarnos; tenemos una madre en quien podemos de depositar todas nuestras miserias, tenemos un corazón hecho a semejanza del de Cristo, que siempre nos comprende, porque ve más allá de la superficie, que nos ama, no porque nosotros seamos muy buenos, sino, simplemente, porque es nuestra madre y nosotros sus hijos.

¡Que así sea!

Oración Final del Mes de María