Como Movimiento eclesial, la finalidad que Schoenstatt persigue coincide enteramente con la finalidad de la Iglesia: evangelizar, a fin de que surja el hombre nuevo en Cristo Jesús y que el Reino de Dios se instaure en la tierra.
Sin embargo, esta finalidad supratemporal de toda la Iglesia se realiza a lo largo de la historia en diversas formas. Todos somos cristianos, pero es muy distinta la forma de ser cristiano de un benedictino o de un jesuita. La riqueza del ideal del hombre nuevo se va desplegando en todas sus facetas dando respuesta a las diversas culturas y desafíos de los tiempos.
Los carismas que recibió el P. Kentenich están orientados a forjar una modalidad propia del hombre nuevo, con acentuaciones originales, que fueron adquiriendo forma, de acuerdo a la conducción del fundador a lo largo de la historia del Movimiento.
El P. Kentenich fue formulando, desde temprano, las grandes metas que persigue su fundación. Ya en la prehistoria de Schoenstatt (1912), cuando él se hace cargo de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, formula su programa con las siguientes palabras:
«Bajo la protección de María queremos autoeducarnos como personalidades libres, sólidas y sacerdotales» (Acta de Prefundación, 27.10.1912). El P. Kentenich visualiza, observando los signos del tiempo, la necesidad de forjar un hombre libre, capaz de decidir por sí mismo, de sólidas convicciones y raigambre sobrenatural.
El carácter mariano del hombre nuevo se perfila más nítida y concretamente en el acto fundacional de Schoenstatt, el 18 de Octubre de 1914. El santuario de Schoenstatt emerge entonces como la cuna donde María da a luz al hombre nuevo, que debe ser germen de un Movimiento de renovación.
Durante la década de 1920 formula la finalidad de Schoenstatt de esta forma: «Schoenstatt es un Movimiento de renovación mariana del mundo en Cristo»; como tal persigue «la renovación religioso moral del mundo en Cristo».
Con ello se especificaba que Schoenstatt traía algo nuevo, renovador, al seno de la Iglesia y que ello estaba claramente marcado por el sello mariano. Se trataba de renovar en Cristo no sólo la vida religiosa, nuestro modo de vivir las virtudes de la fe, esperanza y caridad, sino, al mismo tiempo, de renovar la moral. La moral tiene que ver con las costumbres, con el estilo de vida, con las formas que existen en la sociedad; con el sistema de trabajo; con las estructuras sociales, políticas y económicas que condicionan el comportamiento de las personas.
La trascendencia de esta meta la expresa el fundador en una osada afirmación en 1929: «A la sombra del santuario se codecidirán por siglos los destinos de la Iglesia y del mundo». No se trata, por lo tanto, de los destinos de la Iglesia solamente, sino también de la sociedad, del hombre y la comunidad en todas sus dimensiones, es decir, del mundo.
En los años 30 y 40, cuando reina el nacionalsocialismo en Alemania, el P. Kentenich expresa lo mismo con nuevas fórmulas. La gran obsesión de Hitler era construir el Tercer Reich (tercer reino). El P. Kentenich decía: Schoenstatt también quiere instaurar un reino, el reino mariano de Dios Padre aquí en la tierra. Un reino donde impera Cristo y María junto a él, el reino de la justicia, de la verdad, del amor, de la santidad y de la paz de Cristo. Estando en el campo de concentración de Dachau, escribe:
Desde aquí (desde el santuario)
construye un mundo
que sea grato al Padre,
tal como lo imploró Jesús
con aquella anhelante oración.
Siempre allí reinen amor,
verdad y justicia,
y esa unión que no masifica,
que no conduce al espíritu de esclavo.
Manifiesta tu poder
en la negra noche de tormenta;
conozca el mundo tu acción
y te contemple admirado.
(Hacia el Padre, Nº495-497)
A partir de 1949 el P. Kentenich usa con frecuencia otra formulación: Schoenstatt lucha por la instauración del organismo natural y sobrenatural de vinculaciones; Schoenstatt quiere cultivar un pensar, amar y vivir orgánicos.
Con ello define el fundador los rasgos esenciales del hombre nuevo schoenstatiano. Schoenstatt quiere educar un tipo de hombre que cultiva el amor en todas sus formas, tanto en la dimensión natural como sobrenatural. El hombre nuevo schoenstatiano piensa, ama y conforma su vida orgánicamente; es decir, su forma de pensar y de amar se traduce en costumbres, en su modo de convivencia y de trabajar en forma orgánica.
Durante el exilio en Milwaukee (1952-1965) el P. Kentenich afirma que Schoenstatt está llamado a ser «Corazón de la Iglesia», para ser con ella y en ella «alma del mundo». Así resume con términos diversos el contenido ya expresado en las formulaciones anteriores. Destaca la relación esencial de Schoenstatt a la Iglesia. No buscamos en ella posiciones especiales ni otro poder que no sea «el poder de amor», de servir, de acoger y de darse.
En una charla dada con ocasión de su visita al campo de concentración de Dachau en 1967 donde había estado tres años y medio (1942-1945), el P. Kentenich señala con vigor la consigna: «Queremos forjar al hombre sobrenatural, anclado en el más allá (el hombre «ingenuo» o filial), como constructor del nuevo orden social».
En Milwaukee, durante el exilio, el fundador resumió en tres las metas o objetivos que Schoenstatt persigue:
• El hombre nuevo en la nueva comunidad
• El rescate de la misión salvífica de Occidente
• La Confederación Apostólica Universal
Esta formulación de la meta que persigue la Obra de Schoenstatt ha permanecido como una formulación clásica. Los dos primeros fines señalan la meta de Schoenstatt en aquello que brotó de la misma idea original (en 1914 y 1915 respectivamente) y, se podría decir, casi congénita en el P. Kentenich. El tercer fin fue tomado de la idea original de san Vicente Pallotti, idea que el P. Kentenich, ya desde los inicios de Schoenstatt (1916), asumió como propia.