Evangelio según Juan 12, 1-11
Lunes Santo
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: “¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”. Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Meditación de Francisco Bravo Collado
“Déjala”
Jesús me dice: “Quítate esa mentalidad de Judas que a veces tienes. Con esa actitud no solo te consigues amargar la fiesta de quienes están conmigo, sino que haces parecer que lo haces por generosidad. Descúbrete y reconoce tus verdaderas intenciones: escamotear algunas monedas para ti. Ven, mejor, y únete a la fiesta. Regálate tú mismo a los demás, a quienes están contigo y quieren conocer tu corazón. No vengas más con esas mentalidades de tesorero que te hacen tan mal, y ven con tu corazón de peregrino alegre y fértil. Únete a la fiesta de estar conmigo. Deja que el perfume que María derrama a mis pies te llene de alegría y de ganas de celebrar.”
Tengo en mí una traba que no me gusta. Quisiera que las cosas se hicieran a mi modo: que fuéramos más organizados, que llegaran todos a la hora, que podamos administrar mejor el tiempo que pasamos en asuntos de la Iglesia. También en mi casa: me trabo cuando las cosas están demasiado bien. Pareciera que siempre estoy pensando en cómo hacer algo más difícil o más complicado. ¿Estoy aguando, con mis preocupaciones, una fiesta que para Jesús es preciosa? Parece que sí. Hoy quiero aprender a disfrutar los tiempos con mis hermanos, aquellos minutos donde sentimos que Jesús está con nosotros.
Jesús, qué gusto que estés con nosotros, qué bueno que nos invitas a celebrar contigo. Qué bueno que has rodeado mi vida de Marías y Martas que derrochan atención, perfumes y fiestas por la alegría de estar contigo. Gracias porque ellas celebran sin calcular ni optimizar cada detalle. Gracias porque me haces a mí parte de esa fiesta. Enséñame a encontrar las alegrías y cosas lindas de la vida sin enfurruñarme ni ponerme mal genio. Déjame ver las cosas que pasan sin querer controlarlas ni mejorarlas, sino que aprendiendo a tomarlas como vienen. Enséñame, también, a que cuando pase la fiesta, pueda apretarme el cinturón y caminar por los caminos más duros y pobres con sencillez y sobriedad. AMÉN