Evangelio según San Mateo 8, 18-22
Lunes de la semana decimotercera del tiempo ordinario
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro, que era de los discípulos, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le replicó: «Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Meditación de Francisco Bravo Collado
El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios.
Jesús parece decirnos: “Muchos me siguen a partir de una experiencia que vivieron profunda y cercana, muy afectiva, en la que me conocieron y descubrieron el amor que el Padre tiene para los suyos. Pero el asunto no termina ahí: ser cristiano no solo es una experiencia de encuentro y amor. Muchas veces, es una experiencia dura y cansadora, porque el amor se debe templar en la entrega. Por eso mis palabras duras en este Evangelio: yo no quiero ofrecerles algo que no es. El que quiera seguirme al gran banquete en la mesa del Padre, también debe estar dispuesto a seguirme a la cruz.”
Quisiera que seguir a Jesús fuera un poco más cómodo. Que bastara con ser buena gente, con tener buenas intenciones, con ir a Misa, con confesarse… Pero Jesús pide cosas que parecen imposibles, exige cosas poco razonables. Le pide al huérfano que deje a sus padres sin enterrar, al que ama a su familia que se vaya sin despedirse, al que le quiera seguir que esté dispuesto a olvidarse del reposo. Me cuesta seguir a un Dios así, y sin embargo, todos los días veo que el verdadero amor –siendo tan bueno, tan alegre- exige mucho.
Señor, qué rabia me da cuando veo que se pinta la fe como algo blandengue y cómodo. Me duele porque para mí, en cambio, es muy difícil seguirte. Yo, con mi tejado de vidrio, tengo claro que no soy capaz de seguirte con mis propias fuerzas. Ya vi que no soy de ‘los que valen para el Reino de Dios’. Dame la ayuda que necesito para ser de los tuyos. Perdona las veces que soy débil y miro para atrás teniendo la mano en el arado. AMÉN.