Evangelio según San Juan 6, 1-15

Domingo de la decimoséptima semana del tiempo ordinario

 

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.  Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”  Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.  Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”.  Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?”  Jesús le respondió: “Háganlos sentar”.  Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.  Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”.  Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.  Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo”.  Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado.

 

“Una gran multitud acudía a Él…”

 

Es como si Jesús me dijera: “Tú sientes que las cosas han cambiado. Te preguntas si, en algún momento, la Iglesia volverá a enfrentarse a grandes multitudes. Ves el Santuario vacío. Y cuando enfrentas este texto piensas en lo lejos que está la situación en la que se encontró Jesús ese día. Y yo te digo a ti que no te preocupes por lo que pasa fuera de ti. Preséntate en el Santuario con un corazón con tanta hambre que sea necesario hacer un milagro para saciarlo. Sé tú la multitud que busca los signos.”

 

Pienso que hoy día nuestra Iglesia está en la situación opuesta. Las Iglesias están vacías. Reclamamos porque no hay vocaciones de sacerdotes; y no nos damos cuenta de que, además, nos estamos quedando sin fieles. Me siento muy preocupado. Veo como muchas personas han perdido el sentido en su vida; y están buscando recuperarlo en lugares donde no lo van a encontrar. Mi primer impulso es buscar una solución a través de la acción, pero veo que eso va a ser infructuoso. Entonces me encuentro con la recomendación de Jesús, que nos invita a convertirnos en una multitud de personas que tienen hambre y lo buscan a Él.

 

Jesús, amigo y maestro, hoy acudo a Ti. Acudo como si yo mismo fuera una gran multitud. Porque mi hambre y mi sed son tan grandes, que perfectamente podrían ser el hambre y la sed de una multitud. Tengo hambre de que la humanidad te busque a Ti. Tengo hambre de encontrarte yo mismo. Ayúdame a transformar mi desazón en deseo, deseo por Ti. Deseo de que mi pueblo, mi familia, mis amigos y, especialmente, yo mismo encontremos en Ti el alimento que nos falta. Acércame a la mesa de tu altar. Dame hambre de ti. Dame conocerte. AMÉN