En esta, la segunda sesión de nuestro curso sobre educación de los hijos, el padre Rafael Fernández nos habla de la influencia del ambiente en la educación y de cómo el inconsciente es un aspecto muy importante a considerar.
CURSO EDUCACION DE LOS HIJOS
Segunda sesión
EDUCAR POR VIVENCIAS
- I. VER VIDEO
II. TEXTO PARA LEER Y REFLEXIONAR
Un factor educativo de primera importancia
En la sesión anterior visualizamos el impacto “educativo” que ejerce el ambiente cultural en el cual viven y actúan nuestros hijos. Son “formados” más por ese ambiente que por nosotros, a no ser que como padres apliquemos con lucidez y eficacia otra forma de educar.
La fecundidad de la labor del educador y, en concreto, de los padres de familia, no está condicionada solo por su capacidad de trasmitir verdades capaces de interesar y ser atractivas para los educandos, sino que también está condicionada por las vivencias que albergan los educandos en su afectividad y por la capacidad de generar vivencias en la afectividad profunda de los suyos.
Sabemos que hoy no basta con apelar a la inteligencia y voluntad de nuestros hijos, sino que también debemos saber captar sus intereses instintivos y las pasiones que los mueven, captándolas y ofreciéndoles una respuesta adecuada.
Pero este proceso no garantiza por sí mismo del éxito pedagógico que obtendremos. Es necesario ir más allá: tenemos que descubrir la forma de captar y educar el inconsciente de nuestros hijos.
La pregunta básica es cómo lograr pedagógicamente que ellos adquieran una mentalidad y actitudes positivas, que correspondan a lo que Dios quiere de ellos. Cómo lograr que “instintivamente” estén positivamente predispuestos a abrirse abierto a la verdad, a decidir lo que realmente es conveniente, a no temer enfrentar los obstáculos y contrariedades, etc. Cómo lograr que ellos no sean simplemente “succionados” o arrastrados por el ambiente que los rodea, por otros valores y otros criterios de juicio.
Es en este contexto donde se visualiza la trascendencia de nueva forma de educar que propone el P. Kentenich.
Se trata básicamente de una forma de educar que más allá de captar nuestra inteligencia y voluntad, o lograr encausar positivamente nuestros mociones instintivas, sea capaz de educar nuestro inconsciente. Es decir, ese mundo donde se albergamos las predisposiciones positivas o negativas, que nos llevan a actuar, pensar, juzgar y desear en una forma determinada.
Durante siglos el quehacer pedagógico giró preponderantemente en torno a la formación de la inteligencia y de la voluntad. Últimamente, más allá de tratar de “dominar” las malas pasiones o instintos desordenados, se ha buscado también el modo de encausarlos e integrarlos positivamente en el proceso de la formación de la personalidad.
Sin embargo, aún no se toma suficientemente en cuenta la necesidad de captar y educar el inconsciente. A partir de Freud, esta esfera de la persona se ha visto principalmente en relación a las diversas patologías que la afectan. Poco se habla sobre esta en el campo de la educación, menos aún en relación a la educación de la fe. El fundador de Schoenstatt sí lo hace. Por cierto sin descuidar la educación respecto a las otras esferas de la persona.
La esfera de nuestro inconsciente es conformada, básicamente por las vivencias que experimenta la persona, especialmente en su niñez.
Para sopesar lo que significa una educación del inconsciente a través de vivencias, es preciso profundizar primero en que consisten las vivencias.
Un ejemplo que ilustra
Nos referimos a la vivencia de la autoridad. ¿Por qué hay personas que poseen una dificultad y rechazo instintivo ante cualquier autoridad? ¿Por qué su reacción primaria es de temor, de no querer acatar lo que esa autoridad ordena, o simplemente de rebelión? ¿por qué es un rebelde o un anárquico?
Lo que normalmente sucede es que esa persona, en su infancia, sufrió experiencias traumáticas de autoridad, porque quizás su padre fue autoritario, injusto; usó de la violencia o no se preocupó para nada de él… Esa vivencia de la autoridad paterna lo deja marcado para toda su vida. Posteriormente, en forma espontánea, cuando encuentre una autoridad, brotará de su interior un rechazo instintivo; presentará reacciones que, como dice el adagio, muestran que se está “sangrando por la herida”, es decir, la reacción no se explica por la realidad concreta que se está viviendo, sino por un impulso que nace a partir de una esfera psíquica profunda, inconsciente…
Es decir, se proyecta la vivencia negativa que tal vez late hace meses o años late en su afectividad, ante una persona que quizás es una excelente autoridad, frente a la cual no tendría por qué reaccionarse de esta forma. Pero no es por esa autoridad que está reaccionando sino que es una repercusión de las vivencias tenidas, quizás, en la niñez.
Así como hay experiencias negativas, también las hay positivas que nos marcan interiormente, más allá de lo intelectual o volitivo, más allá de lo instintivo. Nos marcan positivamente desde dentro frente a algo, desde al alma.
Si alguien ha tenido una experiencia positiva de un padre que lo amaba, que lo cuidaba, que lo conducía, que le dejaba libertad, que lo respetaba, etc., esa persona cuenta con una predisposición positiva en el futuro frente a toda autoridad.
Esto, por ejemplo, repercute hondamente en relación a la recepción de las verdades de la fe. Si una persona ha tenido vivencias positivas de paternidad y ha podido entregar a su padre un cálido afecto filial, entonces, cuando se le anuncia que tenemos un Dios que es Padre, lo recibe gozosamente: está predispuesto a entregarle una forma “natural” su filialidad: cree y se confía en él. Cree con el corazón que Dios es Padre, que somos hermanos, que la Iglesia es un familia, que tenemos una madre, etc.
Si las experiencias tenidas son negativas, esas verdades de la fe le resbalarán, o, quizás, la captará en forma intelectual, podrá entender racionalmente lo que se le presenta, pero su corazón no lo siente.
Diferencia entre emoción y vivencia
Las vivencias son fruto de la experiencia de un hecho determinado, de algo que acontece, en un lugar, en un tiempo y espacio concreto, donde normalmente intervienen personas.
Es diferente el hecho de que la persona tenga simplemente una experiencia, por más intensa que esta sea, pero que esta no penetre ni toque las zonas profunda de su ser.
Hoy las personas están constantemente expuestas a impactos, a golpes emotivos, positivos y negativos, etc., pero estas no constituyen propiamente lo que llamamos vivencias. Los espectáculos televisivos, la comunicación de shock, los impactos, estimulan lo sensorial, lo sensitivo. Mientras duren tales estímulos, estas esferas están activadas. Se trata de una emocionalidad, que no está especialmente ligada unida ni a un conocimiento ni a una decisión por un bien. Las personas van de una experiencia emocional en otra, de algo que les impacta a otra cosa impactante, de una sensación de placer a otra sensación, y así por delante.
Así como el racionalismo reduce el mundo a las ideas, el voluntarismo a las decisiones de la voluntad, el emocionalismo reduce el mundo a los sentidos, a los sentimientos, a lo que se siente, lo agradable, lo atractivo o impactante. La vivencia, en cambio, no ha de entenderse como esa emocionalidad o captación puramente sensorial o emocional. Como se dijo, una vivencia se da cuando un acontecimiento lleva a la persona a captar experiencialmente un valor que se hace presente “gráficamente” en lo que sucede, por ejemplo, el valor de la generosidad, del heroísmo, de la amistad, de la solidaridad, etc.
Porque esos valores en juego son importantes para el sujeto, ese hecho lo conmueve interiormente, capta todo su ser, integralmente.
La vivencia se produce, por lo tanto, cuando el sujeto “vive” ese acontecimiento y este, por tocar valores importantes para el sujeto, cala profundamente en su afectividad: el sujeto es, por así decirlo, “vivido” por el acontecimiento y esto lo marca interiormente.
Vivencia y experiencia
Podemos todavía ahondar más esta realidad. Consideremos, por ejemplo, el caso de que alguien presencie un accidente, donde hay destrozos, heridos y muertos, pero simplemente tome nota de ello y, posteriormente, tal vez pueda relatarlo con detalles si se le hace una entrevista.
Sin embargo, ese acontecimiento no lo tocó personalmente. No hablamos, entonces, de una vivencia, sino, simplemente, de una experiencia o conmoción. La experiencia del impacto emocional, en cambio, pasa, queda solo como un recuerdo, pero sin que ello modifique nuestra vida o permanezca en nosotros como una predisposición en relación a lo vivenciado.
Pero, puede ser que esa misma experiencia cambie la vida de alguien que presenció el mismo hecho. Que al ver lo que pasó, piense que él podría haber sido uno de esos heridos o de quienes fallecieron. El acontecimiento entonces toca lo más profundo de su ser, el sentido de su existencia, y se siente movido a cambiar el rumbo de su vida.
En este caso, por tocar las fibras profundas de su ser, se trata claramente de una vivencia: todo su ser está entonces comprometido: el consciente y el inconsciente, lo racional, lo instintivo y el inconsciente.
Puede darse el caso también que alguien que fue testigo del mismo accidente no registre en ese momento en su consciente cuán hondo ha calado en ella lo que presenció. Más tarde, sin embargo, afloran en ella temores al transitar por la calle o al andar en auto. Son vivencias que se han anidado directamente en el inconsciente.
Sucede que a veces las personas ni siquiera recuerdan que un hecho determinado les impacto y marcó su psique profunda, pero más tarde registran reacciones que no se explican por lo que vive actualmente. Es decir, esas reacciones se remiten al inconsciente y, desde allí, envían “mensajes” al consciente.
Una imagen puede graficarlo: contemplamos un lago que parece exteriormente calmo y apacible, pero de pronto afloran en la superficie peces que en nadaban en la profundidad de sus aguas. No se estaba consciente de su existencia, pero esta era muy real.
Resumiendo: Una vivencia no es simplemente un conocimiento o emoción. Podemos conocer algo, podemos saber que sucedió algo; podemos tomar nota de ello, podemos explicar a otros lo que aconteció. Sin embargo, eso que pasó no anido en nuestra afectividad profunda.
La vivencia, en cambio, es una predisposición psíquica, permanente, que se produjo cuando un suceso tocó algo que es especialmente importante para la persona, por ejemplo, el valor de la fidelidad: negativamente un desengaño o positivamente, algo que realizó un amigo gratuitamente por él; o cuando en un hecho está en juego la verdad; o cuando se experimenta la fragilidad de la existencia a raíz de una enfermedad grave, etc. , etc.
Esa vivencia sigue entonces actuando en él, y lo predispone en una determinada dirección: en su pensamiento, en su voluntad y en su vida afectiva. O sea, le lleva a pensar, a decidir, a actuar en determinada forma. Así, si las vivencias son positivas, estas mueven “funcionalmente” a pensar correctamente, a decisiones correctas, imprimen en la efectividad impulsos ordenados.
Si esa vivencia lo marca negativamente, se genera en él una predisposición negativa que afectará mañana igualmente su modo de pensar, de querer y de sentir. Un adagio lo formula así “el deseo es padre del pensamiento”. O, como dice otro adagio “Está sangrando por la herida”.
Padres y educadores que enseñan por vivencias
Primera tarea: fomentar vivencias positivas
La siquiatría trata de las vivencias negativas que anidan en el inconsciente y desde allí emiten sus mensajes al consciente. Son vivencias traumáticas o patologías que pueden condicionar profundamente el comportamiento de las personas.
Freud abrió el camino de sanación de ese mundo traumático. Sin embargo, pedagógicamente no se ha abordado suficientemente la necesidad y valor que posee en la educación que los padres y profesores cuiden de que sus hijos o alumnos sean “marcados” positivamente desde su mismo subconsciente. Y esto es lo que el P. Kentenich destaca con fuerza, tanto en el sentido de la formación de la persona en el plano humano como en su formación en la fe.
El hogar y en este, la familia, es un lugar privilegiado para la educación. Lo que acontece en la vida del hogar, lo que hacen las personas, su modo de tratarse, de conectarse unas con otras, lo que se emprende y se realiza, todo ello va siendo registrado en el alma de los hijos.
Es así como, por ejemplo, nuestros hijos llegan a ser personas respetuosas, dialogantes o cooperadoras, porque vivieron y “respiraron” un aire, un ambiente donde el trato era respetuoso, donde era normal escucharse uno al otro o ser solidario.
Esto se reforzaba, por ejemplo, cuando “vivenciaron” acontecimientos, hechos concretos, sucesos, en los cuales fueron testigos de cómo los padres “discutían”, o cómo enfrentaron un hecho doloroso, o cómo realizaron una ayuda a gente necesitada, etc., más todavía cuando ellos eran parte de esos hechos.
Todo eso lo fue disponiendo a “ser” de una forma determinada, a reaccionar de un determinado modo, a sentir y estar predispuesto interiormente a actuar de tal o cual forma.
Se puede apreciar en este contexto la importancia del ejemplo de los padres, lo que ellos irradian y lo que “dicen” no por sus palabras o “sermones” sino por lo que hacen, por el modo de comportase y actuar en el seno de la familia. O ver cómo ellos se dejaban tiempo para estar juntos, o cómo rezaban en común, etc.
Los padres deberán, entonces, propiciar y fomentar momentos especiales, celebraciones, costumbres, ritos, panoramas, etc., es decir, actividades “pedagógicas”, que enseñan en la medida que son vividas y actuadas por los hijos, en familia, etc., que expresan valores, haciéndolos vivenciales para ellos.
Se pueden dar “lecciones” al respecto, dar explicaciones de lo bueno que es actuar de tal o cual modo, dictar normas y reforzarlas con premios o amenazas de castigo, etc., pero eso no cala hondo: mañana puede ser borrado y dejado de lado. Si han habido, en cambio, vivencias positivas, entonces esas vivencias lo mueven a actuar “funcionalmente” en la dirección correcta.
Segunda tarea: afianzar la capacidad de vivenciar
Para que se logre lo expuesto, los educadores, y entre ellos, en primer lugar, los padres de familia, tienen que cuidar, que sus hijos posean la capacidad de “vivenciar”.
¿Qué queremos decir con esto?
Nos referimos a que la nueva educación se da en un medio cultural que hace difícil lo que propone el fundador de Schoenstatt. Nosotros y nuestros hijos vivimos en un medio donde reina emocionalismo, una cultura del impacto, del tener y tener y gozar y gozar, o del hacer y hacer, sin que haya interioridad o profundidad. Estamos experimentando una cultura de la superficialidad y el impacto, de los eventos, de la acumulación de información sin que la persona tenga ni fondo ni alma.
La experiencia del impacto emocional, en cambio, pasa, queda solo como un recuerdo, pero sin que ello modifique nuestra vida o permanezca en nosotros como una predisposición en relación a lo experimentado. Los hijos están simplemente a merced de lo que va aconteciendo exteriormente, de los diversos estímulos que le llegan por los medios de comunicación, de los panoramas que arman ellos mismos o sus amigos.
Los padres debieran contrarrestar esta realidad y ofrecer a sus hijos un alimento que supere el bombardeo emocional negativo que le llega por los medios de comunicación social, por internet, en la calle y en el colegio. Si actúan correctamente los padres defenderán a sus hijos de ese constante medio que lo impacta, que los llena de bulla, que los estremece, de ese mundo sensorial y superficial, que los deja vacíos o simplemente los llena de información, de cosas, etc., y hace de ellos un hombre masificado más.
En este contexto se juega la capacidad del educador de cultivar el sentido por la interioridad en los suyos. Ciertamente no se trata que les del lecciones sobre la importancia de la interioridad. Un estilo de vida se supera en primer lugar cultivando otro estilo de vida.
Como se dijo, vivimos inmersos en el mundo de la exterioridad, de la emotividad y sensorialidad. Desconocemos el significado de la contemplación de la naturaleza, de las personas, de los acontecimientos. Hoy se pasa de una cosa a otra, en un perpetuo activismo. No hay tiempo para reflexionar o para “digerir” todo lo que pasa.
Ni las verdades, ni las personas, ni los acontecimientos logran echar raíces en nuestro interior. El hijo de nuestro tiempo normalmente desconoce lo que significa tener un mundo interior, detenerse para internalizar y elaborar interiormente lo que vive o las verdades que se le presentan. Una persona exteriorizada que carece de la capacidad de vivenciar, ignora la profundidad de su propio corazón.
El educador tiene, por eso, la tarea no fácil de ir fomentando en los suyos el cultivo de la interioridad, el valor del detenerse y elaborar interiormente lo que reciben. Un desafío para ellos mismos, porque también, en gran medida, están siendo arrastrados por la misma corriente.
Tercera tarea: elaboración de las vivencias negativas
El educador tiene que contar con que las personas traen consigo predisposiciones inconscientes que condicionan la receptividad Çnegativa: carencias de cobijamiento afectivo, inseguridad, rechazos, rebeldía, etc.
Por lo expuesto, es claro que estos deben centrar su tarea procurar a los suyos vivencias sanas, capaces de generar predisposiciones afectivas positivas en el alma de los educandos, que vayan sanado las vivencias negativas que albergan en su psiquis profunda.
Por cierto se darán a veces patologías en los suyos que requieren la ayuda de un profesional. En ese caso, él indicará la necesidad de un psicólogo o de un psiquiatra. Pero en general ellos tienen ante sí más personas “normales” que acarrean consigo vivencias negativas “normales”.
Esas vivencias negativas se sanan a través de vivencias positivas en el mismo orden. Por ejemplo, si alguien entre los educandos, padece inseguridad porque careció de un padre que le hubiese trasmitido una “seguridad instintiva”, poco le ayudarán las explicaciones y ejercicios de autoestima. Lo más importante es que esa persona tenga una vivencia positiva que cure la raíz misma de su inseguridad.
El cuidado, sabiduría y poder de amor paternal del educador, le proporcionará vivencias positivas de cuidado, confianza, apoyo, que, poco a poco irán sanando la experiencia negativa.
Por otra parte, esto debe ir acompañado del arte de acoger lo que pasa en el alma de los hijos o de los alumnos, ayudándole a sacar a flote los traumas o vivencias negativas que están condicionando su comportamiento. Estos deben poder “verbalizar” lo que les sucede y poco a poco entender el significado positivo que puede darse en lo negativo que han experimentado. Con sabiduría, respeto y cariño el acompañamiento de los padres o profesores irá sanando el alma herida y ellos lograrán integrar y dar sentido a ese mundo enfrentando de otra forma su futuro.
II. PREGUNTAS Y TAREAS
Se recomienda que las preguntas se respondan y las tareas se hagan primero individualmente y después se converse sobre ellas con el cónyuge o en grupo.
- A. PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN
- ¿Qué entendemos por vivencias?
- ¿Qué diferencia existe entre vivencia y experiencia?
- ¿Qué ejemplo aclara mejor la educación por vivencias?
- B. Preguntas de profundización
- ¿Qué significa “experiencias que marcan”?
- ¿De qué se trata el “registro emocional” de nuestros hijos?
- ¿Qué “archivan” nuestros hijos en su interior o en su afectividad profunda?
- C. TAREAS
- Revisar nuestra realidad concreta, especialmente la calidad del tiempo que les dedicamos a cada hijo.
- Intercambiar sobre dos vivencias positivas con los hijos.
- Intercambiar sobre dos vivencias negativas con los hijos