Desde los siglos XI y XII, cristianos de toda Europa comenzaron a peregrinar a Santiago de Compostela, constituyéndose junto a Roma y Tierra Santa, en un gran centro de peregrinación e irradiación de la cristiandad. En torno al camino surgieron pueblos, ciudades, hermandades, comunidades, hospitales y albergues. Toda la maravillosa geografía del norte de España, está especialmente configurada por el trazado de los diversos caminos a Compostela.
“Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24, 15)
Camino a Santiago de Compostela – Primera parte
El camino es una imagen muy gráfica de la vida: con sus llanos y subidas, con sus curvas y encrucijadas, con sus noches y días, con sus encuentros y rupturas, sus necesidades y satisfacciones, con un origen y un destino, con un recorrer y un detenerse, con desorientación y reencuentro, alivio y cansancio, logros y frustraciones, en soledad y en comunidad, con aciertos y errores, con apremios y descansos, ilusiones y desencantos, alegrías y penas, límites y posibilidades… con todo lo que conforma una vida vivida, no acomodada ni evadida, sino recorrida.
Jesús incluso se definió a sí mismo como “el Camino”, lo que podemos entender afirmando que seguirlo a él es seguir el camino correcto, pero también como el desafío, a la manera de Jesús, de integrar todo lo que vivimos desde la perspectiva de la conducción y el amor divinos, también las sinuosidades, sorpresas, subidas, bajadas, estrecheces y dificultades que la vida entraña.
El anhelo de hacer el camino a Santiago de Compostela estaba latente en mi corazón y surgió, casi espontáneamente como posibilidad real, cuando la Providencia me condujo por el peregrinar que realizo desde hace casi cinco meses.
Es un Camino bendecido por la fe de siglos, que hoy atrae a miles de personas, quienes desde diversos puntos geográficos de Europa y sobre todo de España, lo recorren.
Desde los siglos XI y XII, cristianos de toda Europa comenzaron a peregrinar a Santiago de Compostela, constituyéndose junto a Roma y Tierra Santa, en un gran centro de peregrinación e irradiación de la cristiandad. En torno al camino surgieron pueblos, ciudades, hermandades, comunidades, hospitales y albergues. Toda la maravillosa geografía del norte de España, está especialmente configurada por el trazado de los diversos caminos a Compostela.
Como está grabado en distintos idiomas sobre la piedra, en una de las calles de la ciudad de Santiago: “Europa se hizo peregrinando a Compostela”.
Si bien ha tenido un auge también turístico en el último decenio, nunca ha dejado de ser recorrido, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, cuando se produjo un despertar de la conciencia peregrina con la visita de San Juan Pablo II en 1982 y la Jornada Mundial de la Juventud en 1989.
En un comienzo mi idea era hacer todo el camino francés español, desde Roncesvalles en el País Vasco, sin embargo, las diversas puertas que se fueron abriendo para realizar otras experiencias redujeron el camino a 218 kilómetros, desde la ciudad de Ponferrada.
Eso no sólo fue un guiño del cuidado de Dios que pensó en mi estado físico, sino también de la fidelidad del Dios de la historia, ya que hace casi exactamente 23 años, ese mismo recorrido lo hicimos con mi curso del seminario. Estábamos estudiando en Alemania, un hermano de curso español nos entusiasmó, realizamos variadas actividades durante un año (clases de español, cantamos en misas) para juntar los recursos, partimos a España y peregrinamos a Santiago.
Hasta ese momento Santiago no era más que el apóstol, o la capital de Chile o de Cuba, pero vitalmente la realidad y riqueza del Camino se hizo presente a partir de ese momento.
Así que después de 23 años, con 51 años a cuestas, casi 18 años de sacerdocio, mi experiencia de senderismo como aval, la oración de muchos, las intenciones de otros tantos y el entusiasmo personal, me puse en camino.
Los cuatro primeros días peregriné en solitario y con la riqueza de los encuentros que da el camino, los cinco días siguientes con un matrimonio amigo chileno, quienes se entusiasmaron con la idea y decidieron ponerse en camino también.
En esta crónica caminaremos esos primeros cuatro días.
Lo primero fueron los preparativos: agradezco a Dios que ya llevo un tiempo de un lugar a otro, con lo que me di cuenta que la mochila tendría que ser ligera, que bastaban dos o tres cosas como máximo, ya que en los albergues siempre hay posibilidad de lavar y secar la ropa, también llevaba mi pequeño botiquín para hacer frente a lo que viniera y mi neceser litúrgico, con todo lo necesario para celebrar misa donde fuera.
Si hay algo que se valora cuando se lleva tiempo caminando de aquí para allá, es que ahora hay todo tipo de ropa liviana, respirable, fácil de lavar, rápida de secar y apilable en un mínimo espacio. Aunque parezca gancho publicitario, doy las gracias a quienes conociendo mi afición por el senderismo me han ido regalando mis aperos, porque los usé al máximo. Ni que decir de mis buenos, firmes y fieles botines, porque para una empresa así los pies son fundamentales (hasta un talco para pies tamaño familiar recibí de regalo, el que no sólo me sirvió a mí, sino que quedó como gesto solidario en el armario para los zapatos de uno de los albergues). Hay que sumar el bastón, el saco de dormir liviano, la toalla de secado rápido y mínimo peso, la gorra, la botella para el agua y el bloqueador solar.
Dentro de los preparativos espirituales también mi alabanza agradecida por amazon y la creación del Kindle, ya que el oficio divino, la Biblia, el misal, los leccionarios y el Hacia el Padre estaban reducidos a 100 gramos del porte de un cuaderno chico, en lugar de los 3 kilos que hubiera significado llevarlos en formato libro. Tampoco pueden faltar una libreta para notas, lápiz, la cruz y la imagen de la Mater.
Llegué a Ponferrada en bus desde Madrid, a través de un paisaje de grandes llanuras de trigo, pasto y algunos árboles. En la ciudad nos recibe a la distancia el castillo de los templarios. Nada más bajar hay que ir por la Credencial del Peregrino, una amiga que nos acompañará durante todo el trayecto, haciendo visible el recorrido con su sellos y fechas, que certifican el paso por el camino. Es claramente nuestro pasaporte como peregrinos, que se atesora y valora en la medida en que sumamos kilómetros y la distancia a Santiago se acorta.
De allí al albergue, los hay de diversos tipos: los parroquiales y los municipales, los particulares y residenciales. Con las comodidades mínimas y con agregados máximos. Esa primera noche quise dormir en el albergue general con capacidad para 60 en un cuarto, pero mis ronquidos (que desconocía), y los de mis vecinos, me disuadieron a buscar después espacios más pequeños y a usar tapones en los oídos.
Todo está al alcance, también las comidas, que en estos cuatro días eran pan con mantequilla y miel, fruta y un buen café con leche, para el desayuno. En cada lugar al que se llega hay almacenes y los albergues cuentan con lo necesario para cocinar. La ración de mediodía era otro pan comprado en el camino con un buen trozo de queso y en la tarde, ya en el destino, un abundante plato de tallarines o una buena sopa gallega, con hartas verduras y chorizo.
El Agua es fundamental y se agradece que durante el trayecto haya bebederos, para refrescarse y tomar.
Los trayectos están definidos por tramos sugeridos de un promedio de 25 kilómetro diarios. No habíamos tantos peregrinos, sí algunos ciclistas que no siempre tenían los resguardos en los senderos que compartíamos, así que uno tenía que estar atento más que ellos a nosotros.
Cada uno fija su horario, lo mejor es partir al alba, la levantada tipo 06,30 para salir a las 07,30 como máximo; así uno puede llegar a destino como a las 14,00, instalarse, descansar, rezar, conocer el lugar, compartir con los demás e ir a la cama temprano. Uno podría seguir más tiempo caminando, pero no es aconsejable, por la necesaria recuperación muscular.
El camino desde Ponferrada fue hasta Villafranca del Bierzo, un camino muy verde, entre viñedos y lomas verdes, pequeñas iglesias románicas y con abundantes cerezos al borde del camino (los lugareños se han resignado a que todo el que pase, algo se lleve). La ciudad de Villafranca fue un importante enclave comercial desde el siglo XII, con fuerte presencia francesa (de allí su nombre), en ella destaca el castillo, su alameda, sus callejuelas y la colegiata: una iglesia con pretensiones de catedral, de maravillosa arquitectura en piedra, gran altura, con monumentales bóvedas de pizarra y mucha atmósfera. En ella me sobrecogió un Cristo cuyo telón de fondo es un muro de piedra de gran altura. Sólo el Cristo, el muro y a su lado la oración que les transcribo y que me acompañó en esta primera etapa del camino:
“Ante tu cruz, Señor Jesús,
permanecemos en silencio
con el corazón en suspenso.
Te recordamos recorriendo Palestina
y acercándote a los pobres,
y abriendo los ojos a los ciegos,
y renovando las ilusiones,
y llamando a cambiar la vida y el mundo,
y anunciando el amor sin medida de Dios el Padre.
Ante tu cruz
recordamos tu fidelidad hasta el fin,
tu entrega sin reservas.
Contemplando tu rostro
que refleja el rostro dolorido
de toda la humanidad,
y junto a María, tu madre,
te expresamos nuestro agradecimiento,
nuestro amor, nuestra fe.
Y con esta fe, Señor Jesús,
queremos seguirte,
porque creemos que tu camino
es el camino de la vida.
Creemos, Señor Jesús,
que tu amor ha vencido a la muerte
y ahora, resucitado,
estás con nosotros para siempre.
Míranos y danos tu gracia salvadora,
Señor Jesús.
Esta imagen de Jesús y esta oración le dieron el contexto al camino, me resituaron en su sentido. Fue imposible no quedarse largo rato allí calibrando cada palabra y repitiéndolas una y otra vez.
Tomé conciencia que, por pura gracia de Dios, durante estos meses había sido un peregrino; que incluso había peregrinado a Tierra Santa, a Roma y ahora a Santiago de Compostela. Por pura gracia de Dios estaba recorriendo las rutas de peregrinación arraigadas y enraizadas en la experiencia de fe de siglos. Yo, un insignificante personaje de la Divina Comedia, al decir del Dante, estaba allí, por pura gracia de Dios y la generosidad humana. Y la única razón por la que estaba allí era por Jesús, sin él todo sería impensable.
De Villafranca del Bierzo al Cebreiro. Es la ruta que se describe como la etapa reina, por la exigencia del ascenso al Monte Cebrerio y porque se deja León y Castilla, y nos adentramos en Galicia. La altura del monte es de 800 metros, que primero se suben gradualmente y luego (610 metros) de manera empinada.
Debo reconocer con mucha humildad, que para un chileno acostumbrado a los Andes y para un viñamarino acostumbrado a la Cordillera de la Costa, la dificultad era simple y llevadera, sólo el sol y la falta de fuentes de agua durante el trayecto final la hacían fatigosa. Más oneroso para mis pies fueron los casi 15 kilómetros antes de empezar a ascender, ya que si bien el trayecto era maravilloso, entre caudalosos ríos, bosques de castaños y encinas centenarias, se recorre sobre asfalto a la orilla de la carretera. Las plantas de los pies sufren y eso hizo que el cerro lo subiera casi en puntillas.
En ese sentido hay dos técnicas que a mí me han servido y que tienen su correlato en la vida: cuando hay ascensos empinados mejor acelerar el ritmo con pasos cortos, eso da fuerza y lo hacemos más rápido. Cuando hay bajadas empinadas, mejor bajar zigzagueando que de frente, así las rodillas no sufren el impacto y vamos frenando por efecto del zigzag. En la vida muchas veces hay subidas difíciles y bajadas que son un riesgo, pero hay que recorrerlas, la pregunta es cómo hacerlo para no caer o desfallecer en el intento.
Un punto aparte lo merecen los símbolos del camino, muchos de ellos históricos: la vieira, la cruz de Santiago, el bastón, la calabaza, el cruceiro, la flecha amarilla (más reciente), la credencial de peregrino, los sellos, la venerada Compostelana y, por supuesto, el “buen camino”.
La vieira es una concha de ostión que era el recuerdo de los peregrinos por haber llegado a esta zona cercana al mar, pero también se usaba como recipiente por su forma cóncava.
Pintada sobre la vieira, en las insignias, en banderas, incluso sobre una torta, está la cruz de Santiago, roja y con forma de espada. Su origen se remonta a las cruzadas. La vieira la vemos tallada, pintada, dibujada sobre los hitos del camino, sobre azulejos y en las esquinas estratégicas.
El bastón o bordón, originalmente de madera, algunos con formas sinuosas según la materia prima, que siempre ha servido como apoyo, incluso como arma de defensa.
La calabaza, que era la forma de portar el agua, se llevaba atada al morral o al bastón.
La flecha amarilla es un símbolo más actual e indica el camino. Se agradece el que aparezca en los lugares más insólitos e impide perder el rumbo. En ese sentido, hay que decir que el camino está muy bien señalizado, yo no soy de GPS ni de otras tecnologías, y las indicaciones del camino bastaron para no perderse.
El cruceiro, un monumento de piedra en forma de cruz, rematado con las figuras de Cristo crucificado por un lado y María, por el otro. Se ubican en las encrucijadas del camino y son muy característicos de Galicia. Si bien no se siguen construyendo, constituyen un símbolo arraigado en la historia y en la fe de estos parajes.
La credencial tiene su origen en los salvoconductos que recibían los peregrinos y se va sellando con sellos que hay en las iglesias, los albergues y algunos locales comerciales. Con ellos se certifica el recorrido que se ha hecho.
El recorrido mínimo acreditado de 100 kilómetros a pie o 200 kilómetros en bicicleta, da derecho a recibir en Santiago “la Compostelana”, un certificado otorgado por el Cabildo de la Catedral de Santiago.
La contraseña del camino es una frase que vamos dando y recibiendo: “Buen Camino”. El escucharla nos reanima, nos saca del cansancio o del ensimismamiento, para colocarnos en modo familia, en modo fraterno.
Desde el Cebreiro el itinerario sugiere llegar hasta Triacastela, pero yo seguí un poco más allá, desviándome del camino oficial y siguiendo un camino complementario (también señalizado), para visitar el Monasterio benedictino de Samos.
El inicio de este tramo nos regala una magnifica vista de los campos gallegos. Una soberbia estatua de un peregrino arreciando contra el viento, aparece de repente y nos sorprende por su realismo y belleza.
El paisaje recuerda a Chiloé: esos montes y campos verdes, con pinceladas de bosques nativos, muchos planos que se superponen en el horizonte (uno puede imaginar el mar a lo lejos y las cumbres patagónicas). Galicia como Chiloé es una región con costumbres arraigadas, con la sencillez de su gente, con toda una cosmogonía en mitos, leyendas y símbolos. Es un espacio humano y geográfico preservado de la uniformidad de la postmodernidad.
Entre sus peculiaridades destacan los hórreos: unas pequeñas casitas de piedra elevadas lo suficientemente para no ser alcanzadas por animales ni roedores, donde se almacenan todavía los granos, protegidos de la humedad y del pillaje. Peculiares son sus cuatros soportes rematados con piedras redondas, que por su forma y disposición impiden que suban los ratones. Impresiona verlos al lado de las casas o entre los árboles, en un campo solitario, entre ruinas o en pleno uso.
La piedra es protagonista aquí. Todas las construcciones son de piedra, conformando verdaderas fortalezas, impregnadas de color por los musgos y el paso del tiempo, las enredaderas y las flores. Los techos son de lajas de piedra negra (pizarra), perfectamente sobrepuestos y formando en los remates verdaderos alerones.
El camino era bellísimo, con bosques espesos de abedules, encinas, álamos y los infaltables castaños, algunos de tamaños colosales. Siempre junto a un río que regalaba su alegre y estrepitoso canto, refrescando y alentando el paso.
En esta parte del camino me quisiera detener en la experiencia fraterna: es sorprendente como el camino atrae a personas de las más diversas razas, credos, motivaciones y edades.
Un matrimonio malagueño, de 83 y 75 años que llevaba dos meses caminando desde Roncesvalles, los movía la fe y también el reencantar su amor con nuevos desafíos comunes. Eran de una gran ternura, sencillez y preocupación. Más adelante será ella quien nos recomiende unas plantillas amortiguadoras, que nos salvaron del dolor invalidante. Le prometí encender una velita en su nombre al santo y así lo hice a poco de llegar a destino. Nos encontrábamos de vez en cuando, ya que esa es la dinámica del camino y sus habitantes: unos te pasan, después tú a ellos, te reencuentras en los albergues o en una pausa del camino.
Otra mujer sorprendente fue una holandesa de 62 años, llevaba seis meses caminando desde Bélgica, sólo había hecho una pausa para encontrarse con su marido en Francia. Su motivación: una vez que jubiló de su trabajo quería agradecer por la vida, por la familia, por todo lo vivido hasta ese momento, haciendo un recorrido literal y simbólico de su vida a través del camino.
Una par de hermanos de la India, que motivados por el desafío físico, cultural y religioso que significaba, se habían puesto en camino desde hace un mes.
La constante es la acogida, el cuidado y la buena voluntad entre los peregrinos. En el camino somos todos iguales: alentados por el desafío, remecidos por el esfuerzo, comprometidos por las motivaciones y sorprendidos por la vida que surge a cada paso.
Hay siempre un sentido: para algunos religioso, para otros existencial, para algunos comunitario, para otros histórico; para los menos el turístico o el reto físico. Incluso la pura curiosidad abre a la sorpresa de “las gracias del camino”. El sólo hecho de haber sido horadado por la fe y los pasos de siglos, le da la fuerza suficiente para que la vida se remezca y algo pase en nuestros corazones, y en la percepción hacia adelante.
En el camino, como en la vida, también está la experiencia de la desilusión, me pasó donde menos lo esperé: en la Abadía de Samos. Me imaginé en su hospedería, visitando la clausura, rezando las vísperas al final del día y concelebrando la misa temprano en la mañana, antes de emprender el nuevo recorrido. Mi imaginación e ilusión eran tan claras que esperé dos horas para una respuesta, sentado en la escalera de la iglesia, y recibir un no disfrazado de un costo imposible de pagar y el envío nada de amable al albergue general.
No creo que ser cura me regala mérito alguno, pero la ilusión me decía que esto era como llegar a casa (había sido la experiencia en tan diversos lugares hasta ahora), ni siquiera pude entrar a la iglesia para rezar, porque sólo se abría para las horas del oficio y faltaban dos horas. No puedo negar que vi en el monje hospedero la caricatura del monje (que Dios me perdone), porque además de la negativa estaba su enojo al expresarle mi sorpresa ante esta falta de hospitalidad.
No quise hacer polémica, pero después de pasar la frustración y la rabia, me fui al bosque. Allí entre la bóveda natural de castaños centenarios, las voces agudas y graves de los pájaros, el rumor del río y el viento, celebré la misa. En ese escenario comprendí las motivaciones de Gaudí y su concepción naturalista de la arquitectura (especialmente reflejada en la Sagrada Familia), y me reconcilié con el episodio.
Lo comento porque el camino tiene de todo, como en la vida. Yo no tuve ampollas, pero si este dolorcito en el alma que se transformó en mi propio canto a las creaturas en medio del bosque (guardando las distancias frente a la grandeza del Poverello de Asís). Y mi ego herido por este monje (que seguramente estaba cansado de tanto peregrino, o de la prepotencia de más de algún cura con pretensiones de cardenal, o durmió mal y punto), dio lugar a una renovada fraternidad.
O quizás, a veces un desvío por muy atractivo y bueno que sea, no siempre es recomendable.
Así es el camino, sorprende, pero empuja a seguir y a descubrir.
Al día siguiente, después de mi pan con miel y mantequilla, mi café con leche de rigor y mi manzana, seguí hasta Sarria donde me encontraría por la tarde con mis amigos. Fue un recorrido solitario, ya que yo había tomado un desvío para llegar a Samos y partí más temprano, pero como las caricias de Dios no abandonan, en el dintel de una puerta, junto a un hórreo y entre hiedras estaba transcrito el siguiente poema:
Sonrisa
Una sonrisa cuesta poco, pero vale mucho.
Quien la da es feliz y quien la recibe la agradece.
Dura sólo un instante y su recuerdo, a veces,
perdura toda la vida.
No hay nadie tan rico que no la necesite
ni tan pobre que no la pueda dar.
Produce felicidad en el hogar,
prosperidad en los negocios,
es contraseña entre los amigos.
descanso para el agobiado,
luz para el desolado,
sol para el triste
y antídoto para los problemas.
No se puede comprar ni pedir prestado,
tomarla o robarla, sirve sólo como un regalo.
Y nadie necesita tanto de una sonrisa
como quien se olvida de sonreír.
Sonríe siempre, porque la sonrisa
es lo mejor que podemos recibir
y lo mejor que podemos dar.
Si con las prisas me olvido de darte una Sonrisa, discúlpame.
¿Tendrías la bondad de darme una sonrisa?
Porque una sonrisa es la mejor seña de identidad
que tenemos para caminar por la vida”.
El camino nos sorprende y como los amigos, nos entiende y nos hace reír de nuevo.
¡Buen Camino, Peregrino!