Evangelio según Juan 4, 43-54

Lunes de la cuarta semana de cuaresma

 

Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a sanar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”. El funcionario le respondió: “Señor, baja antes que mi hijo se muera”. “Vuelve a tu casa, tu hijo vive”, le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. “Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre”, le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vive”. Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

 

Meditación de Francisco Bravo Collado

 

“Tu hijo vive”

 

Jesús diciéndome: “Tu hijo vive, tu hija vive, tu obra vive, tu matrimonio vive, los que amas viven. Y me alegra tanto ver que estás lleno de gratitud por esto. Me gusta ver que me reconoces como el que crea y sostiene la vida. Ahora te quiero invitar a dar el siguiente paso: el inscriptio. Inscribe tu corazón en el mío. No te contentes con saber que todo lo bueno que tienes proviene de Mí; también me gustaría ver que tu libertad es tan grande que estás dispuesto a perder lo que amas. Y que entiendas que, pase lo que pase, mi amor por ti no disminuye; y que todo va a estar bien porque conduce a la mesa amorosa de mi Padre.”

 

Imagino el dolor de ese papá. Recuerdo cuando mi hija mayor se enfermó y dejó de comer por varios días. Nunca había estado tan angustiado, también recuerdo cuando, después de dar vueltas desesperado en el auto alrededor del hospital, le pasé una caja de leche chocolatada y ella se la bebió. ¡Cómo agradecí a Dios! Me pongo en el lugar de todos esos papás que pierden a sus hijos, y creo vislumbrar la impotencia y la desazón por la que deben pasar. Pienso también en el PJK y de quienes arriesgan la obra más linda y profunda de su vida. Siento que Jesús me invita a empezar un camino con Él, a prepararme para entregarle todo, incluso aquello que él mismo me ha pedido que construya para Él.

 

Jesús, amigo y maestro, ¡qué alegría encontrarte y reconocerte en cada persona que quiero y que me rodea! Gracias por salvar a tantos que andan por acá cada día y de formas tan distintas. Cuida mi gratitud. Auméntala para que vea con aún mayor claridad cuánto me has regalado. Muéstrame cómo crecer en generosidad hacia mis hermanos. Regálame lo que me haga falta para ser capaz de ponerlo todo en tus manos, incluso aquello y a quienes más quiero. Muéstrame el camino de la verdadera pobreza, donde lo único que tengo eres Tú. AMÉN