Tema 21 – 28 de Noviembre – Oración inicial del Mes
(Las bodas de Caná) Texto: San Juan 2, 1-11
Meditación P. Rafael Fernández
Nos vamos a detener a reflexionar en tres pensamientos que nos sugiere este trozo del Evangelio.
1. María quiere nuestra felicidad y cuida por ella.
Todos hemos experimentado alguna vez la alegría de una fiesta. Sentirnos entre amigos, reír despreocupados del peso del estudio o del trabajo, gozar de una estrecha amistad y una sana diversión. Es que en el fondo del corazón humano hay una búsqueda incesante de la felicidad. Es el anhelo de la dicha eterna. Es una de las notas más profundas de nuestro propio ser.
En este trozo del Evangelio que reflexionamos vemos cómo María comprende vivamente el sentido de la fiesta. Está preocupada porque resulte todo bien. Va a faltar el vino y quiere remediar esta dificultad. Con ello nos dice también que comprende nuestro íntimo anhelo de felicidad, que solidariza con él y que cuida como madre para que, de alguna manera se realice.
Se nos revela así una faceta importante de la personalidad de María. Su «humanidad», su cercanía tan personal. Ella no es un ser etéreo, desencarnado, preocupado sólo de lo religioso. Más aún, es lo religioso lo que la lleva a cuidar de todo el hombre. Es realmente una madre que comprende los sentimientos más íntimos de sus hijos. Pero ella no se queda en la mera comprensión. No, ella va a la acción y ayuda a los novios en Caná para que tengan, con sus parientes y amigos, días de fiesta, de alegría verdadera.
¿No nos pasa también a nosotros que quisiéramos tener nuestros momentos de «fiestas»? ¡No quisiéramos tantas veces vaciarnos de tristezas o desilusiones que se arrinconan en nuestro interior? ¿Tiene algo que decirnos nuestro cristianismo en esos momentos? ¿Qué papel desempeñaría María, entonces?
María comprende nuestros sentimientos humanos y quiere nuestra felicidad también aquí en la tierra.
2. María conoce el corazón de su Hijo.
Del dialogo de María con Jesús se desprende una gran intimidad de amor. En efecto, ella conoce bien a su Hijo. Hay una necesidad, y sin más demora se dirige a él. En sus palabras «no tienen vino» está solicitándole su intervención milagrosa. ¡Habían vivido tanto tiempo juntos! Conversaron de todo lo que se puede conversar entre un hijo y una madre tan querida. Conocían sus sentimientos mutuos, se tenían confianza amorosa. Por ello, ante la aparente objeción de Cristo: «¿que tengo yo contigo, mujer?», ella pareciera que no hiciera caso y pide a los sirvientes con total seguridad: «haced lo que él os diga». Ella como nadie, conocía las intenciones de su Hijo. De esta manera, este trozo del Evangelio, en lugar de mostrarnos una cierta distancia entre Cristo y María, nos manifiesta una profunda intimidad entre ambos. Todo supone el conocimiento del corazón del otro y el amor mutuo; amor que sabe mirar, ver y descubrir al otro detrás de las palabras.
El secreto de esa capacidad de decisión que tiene María, o de esa confianza en su actuar, radica en la estrecha unión que tiene con su Hijo.
También nosotros a veces recibimos palabras que no sabemos cómo interpretar. 0 nos suceden hechos que nos parecen tan injustos; y entonces se nos nubla nuestra vida e incluso también llegamos a rebelarnos contra Dios. No sabemos descifrar el lenguaje de Dios. Nos falta la unión de corazón que ha tenido María, por la cual se trasparentan las intenciones de Dios.
3. María, poderosa intercesora ante Dios.
Nos llama también la atención, en tercer lugar, el poder que ejerció María. Dice san Juan que «éste fue el primer milagro que realizó Jesús y sus discípulos creyeron en él. Se trata de un milagro debido a la intervención de ella. «Aún no ha llegado mi hora», dice Cristo, y, sin embargo, el pedido de María es capaz de apurar la «hora de Dios». Debemos entenderlo como el «poder de amor» que tiene como madre del Señor. Dios la eligió por madre, él le dio un lugar importante en el plan y «derechos» de madre.
Debe ser claro para nosotros, entonces, que Dios ha puesto a María muy cerca nuestro, para velar por nuestras necesidades, por muy humanas que sean, y para interceder por nosotros ante el Señor en nuestros momentos de necesidad. Ella tiene un gran poder por sus «pedidos de amor» ante su Hijo.
A nosotros nos dirá las palabras que dirigió a los criados: «hagan lo que él les diga». Es decir, Ella nos lleva a Cristo, encamina nuestra vida, nuestros actos hacia el Señor. Por ello, unirse a María es encauzar nuestra vida hacia Cristo.
Nosotros muchas veces sentimos la importancia, las limitaciones y los defectos personales. Somos como esas vasijas del relato de Caná que sólo poseen el agua. Si nos acercamos al Señor con la sencillez de hijos, entonces también en nosotros se operará la acci6n fuerte y transformadora de Cristo. El, que cambió el agua en vino, será capaz de transformar, por la fuerza de su Espíritu, nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
¡Que así sea!