Continuamos con este curso sobre la meditación de la vida con el p. Rafael Fernández, en el cual nos invita a conocer la Fe práctica en la Divina Providencia, la que afirma claramente que Dios tiene un plan, y nosotros estamos llamados a descubrir y a realizar ese plan.
CURSO MEDITACIÓN DE LA VIDA
SEGUNDA SESIÓN
- I. VER VIDEO (sesión 2, parte 1)
- II. TEXTOS PARA SEGUNDA SESIÓN
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- III. PREGUNTAS Y TAREAS
1. PREGUNTAS DE COMPENSIÓN
a. ¿Qué importancia damos en la práctica a la meditación?
b. ¿Cuál es la diferencia entre estudiar, reflexionar y meditar¨
c. ¿Cuáles son las tres preguntas que recomienda el P. Kentenich como guía de la meditación?
d. ¿Qué importancia tiene el tiempo, lugar y condiciones en que realizamos la meditación?
2. PREGUNTAS DE PROFUNDIZACIÓN
a. ¿Qué significa “ponderar con mucho afecto” la verdad?
b. ¿Practicamos solo la meditación de la vida?
c. ¿Qué diferencia hay entre las prácticas de meditación al estilo de la Nueva Era y lo que propone el P. Kentenich?
d. ¿Cómo realizamos la “lectio divina?
e. ¿Cuál es la materia de nuestra meditación? ¿Cuándo y cómo la definimos?
f. ¿Cuál es la diferencia entre “revisión del día” y “meditación de la vida?
3. TAREAS
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- Intercambiar sobre la práctica de la meditación: ¿qué nos resulta fácil y lo que nos resulta difícil?
- Determinar cuándo y cómo meditamos.
- Hacer la meditación de la vida personalmente, pero también practicarla como matrimonio y también, ojalá, algunas veces como familia.
- Revisar especialmente en el retiro mensual nuestra práctica de meditación.
- Tener presente que el ejercicio de la meditación de la vida requiere meses o mas para que se haga un hábito. Conversar al respecto y luego concretar cada uno su práctica.
TEXTO A
Tomado del Acta de Prefundación
La conquista de la interioridad
La autoeducación es un imperativo del tiempo. No se necesita un conocimiento extraordinario del mundo y de los hombres para darse cuenta de que nuestro tiempo, con todo su progreso y sus múltiples experimentos no consigue liberar al hombre de su vacío interior. Esto se debe a que toda la atención y toda la actividad tiene exclusivamente por objeto el macrocosmos, el gran mundo en torno a nosotros. Y realmente entusiasmados tributamos nuestra admiración al genio humano que ha dominado las poderosas fuerzas de la naturaleza y las ha puesto a su servicio. Ha unido las distancias del orbe, ha explorado los abismos del mar, ha perforado las montañas y volado por las alturas del espacio. El instinto de descubrir no cesa de impulsar hacia delante. Llegamos hasta el polo norte y penetramos continentes hasta ahora desconocidos; con nuevos rayos atravesamos el cuerpo humano; e microscopio y el telescopio nos revelan constantemente nuevos mundos.
Pero a pesar de esto, hay un mundo, siempre viejo y siempre nuevo, el microcosmos, e mundo en pequeño, nuestro propio mundo interior, que permanece desconocido y olvidado.
No hay métodos, o al menos, no hay métodos nuevos, capaces de verter rayos de luz sobre el alma humana. “Todas las esferas del espíritu son cultivadas, todas las capacidades aumentadas, sólo lo más profundo, lo más íntimo y esencial del alma humana es, con demasiada frecuencia, descuidado”. Esta es la queja que se lee hasta en los periódicos. Por eso la alarmante pobreza y vacío interior de nuestro tiempo.
(…)
Pero quisiera invertir el problema y preguntar: ¿están los pueblos cultos y civilizados suficientemente preparados y maduros para hacer bueno uso de los enormes progresos materiales de nuestros tiempos? ¿O no es más acertado afirmar que nuestro tiempo se ha hecho esclavo de sus propias conquistas? Sí, así es. (…)
¡Es preciso decidirse! ¡O adelante o atrás! ¿Hacia dónde entonces? ¡Hacia atrás! ¡¿Tenemos entonces que retroceder a la Edad Media, sacar las líneas férreas, cortar los cables telegráficos, devolver la electricidad a las nubes, el carbón a la tierra, cerrar las Universidades?! No ¡nunca! ¡No queremos, no debemos ni podemos hacer eso!
Por lo tanto ¡adelante! Sí, avancemos en el conocimiento y en la conquista de nuestro mundo interior por medio de una metódica autoeducación. Cuanto más progreso exterior, tanto mayor profundización interior. Este es el llamado, ésta es la consigna que se da en todas partes, no sólo en el campo católico, sino también en el contrario.
De acuerdo a nuestra formación, también nosotros queremos incorporarnos a estas corrientes modernas.
En adelante no podemos permitir que nuestra ciencia nos esclavice, sino que debemos tener dominio sobre ella. Que jamás nos acontezca saber varias lenguas extranjeras, como lo exige e programa escolar, y que seamos absolutamente ignorantes en el conocimiento y comprensión del lenguaje de nuestro propio corazón.
Mientras más conozcamos las tendencias y los anhelos de la naturaleza, tanto más concienzudamente debemos enfrentar los poderes elementales y demoníacos que se agitan en nuestro interior.
El grado de nuestro avance en la ciencia debe corresponder al grado de nuestra profundización interior, de nuestro crecimiento espiritual. De no ser así, se originaría en nuestro interior un inmenso vacío, un abismo profundo, que nos haría desdichados sobremanera. ¡Por eso: autoeducación!
Así lo exigen nuestros ideales y las aspiraciones de nuestro corazón, lo exige nuestra sociedad, lo exigen sobre todo nuestros contemporáneos, especialmente aquellos con quienes conviviremos al realizar nuestras tareas futuras. Como sacerdotes[1] tendremos que ejercer una profunda y eficaz influencia en nuestro ambiente y lo haremos, en último término, no por el brillo de nuestra inteligencia, sino por la fuerza, por la riqueza interior de nuestra personalidad.
TEXTO B DE SEGUNDA SESIÓN
Tomado de Bajo la protección de María, II, p. 218
“Según el plan de la divina Providencia, la gran guerra europea debe convertirse para ustedes en un medio auxiliar extraordinariamente propicio para la tarea de su autosantificación”. (18.10.1914)
“¿Qué les parece si el Ingolstadt de la Edad Media se convirtiese en el Vallendar de hoy?” (30.05.1915)
Agregamos a esa breve serie un fragmento de la carta del director espiritual a sus colaboradores que habían regresado de la guerra (6.11.1919). En él se advierte que Schoenstatt se aprestaba a avanzar hacia el futuro portando la herencia de la gran época:
No sé… si ustedes han tomado conciencia de la envergadura de nuestra tarea y de las dificultades a sortear. Debemos tener una visión clara para asumir la responsabilidad de nuestros puestos de una manera correcta y autónoma.
Mediante la aceptación de las resoluciones de Hörde[2] renunciamos desde un principio a un movimiento de masas. Recuérdenlo. De otra manera, al considerar la pequeñez de nuestro grupo, podrían sacar conclusiones apresuradas y tomar decisiones falsas y desalentadoras.
Las exigencias que planteamos son tan radicales que relativamente pocos se deciden a asumirlas fielmente con nosotros. Y esto no es una desventaja, al contrario, si cumplimos nuestro trabajo con el espíritu correcto, la exigüidad numérica se convertirá precisamente en nuestro fuerte.
Organizaciones de masa existen hoy a montones y son necesarias en esta época de democracia, al menos para ejercer una eficaz influencia sobre la gente. Pero se agotarán pronto si no se realiza un trabajo minucioso y consecuente de formación religioso-ética de las mismas. Si aspiramos a que se reconozca nuestro derecho a existencia, y si queremos colaborar inteligentemente en la solución de las tareas que nos presenta nuestra época, debemos actuar en esta área.
He aquí nuestro mérito y grandeza: El trabajo minucioso en el campo del espíritu. ¿No les parece que aun allí donde todavía se piensa y se vive religiosamente, comenzando por nuestras clases cultas, es relativamente escasa la resistencia al espíritu negativo del tiempo? A todo nuestro cristianismo de hoy le falta interioridad. La vida interior está agonizando… Vinieron la guerra y las revoluciones. Ambas aumentaron más allá de toda medida, la superficialidad y la alienación.
Y en medio de ese caos proponemos un programa que supone una solemne proclamación de la vida interior. No conozco ninguna otra organización laical que combata tan directa, franca y, yo diría, despiadamente el espíritu negativo del tiempo, persiguiéndolo hasta en sus últimos reductos.
TEXTO C — SEGUNDA SESIÓN
TOMADO DEL LIBRO “DIOS PRESENTE”
1. La meditación de la vida
Texto 199 (la enumeración es según el libro “Dios Presente”)
Comulgar con el Dios de la vida
La fe en la Providencia se ha probado entre nosotros, durante los años transcurridos, como una gran potencia de primer orden.
Se ha mostrado como una capacidad, como un órgano, y hasta como un instinto, que no sólo regala una seguridad instintiva para lo divino, sino que, también, como un ansia santa, insaciable, que ha visto y buscado, tomado y abrazado al Dios de la vida, en la cúspide de todas las cosas y de todos los acontecimientos –tanto de los más grandes cuanto de los más pequeños, de los más significativos cuanto de los más insignificantes, de los más ruidosos cuanto de los más silenciosos– a fin de celebrar constante comunión con la voluntad divina, de llevar a cabo la consagración del momento o bien de padecer el martirio de la fe en la Providencia. (Josefbrief, 1952)
Texto 200
Revisar y saborear
Nuestro método preferido de meditación consiste en revisar y saborear, en revisar y posgustar lo pasado. De suyo, esto debiera ser, entre nosotros, una actitud permanente, un hábito. A partir de cada realidad, por más ínfima que ésta sea, debemos saber ascender hacia el corazón misericordioso y bondadoso de Dios Padre. Mientras esto no se haya convertido para nosotros en una segunda naturaleza, queremos ejercitarnos en ello una y otra vez, hasta lograrlo.
Queremos ingresar en la escuela de amor, de la oración interior. No estamos limitados solamente por esta forma de meditación. No, podemos aplicar también todos los otros métodos de meditación. Pero dada la importancia que reviste introducir al Dios de la vida en nuestra vida, encontrarnos con el Dios de la vida en nuestra vida y responderle a partir de nuestra vida, entonces, pienso que, por un cierto período, debiese ser nuevamente nuestra ocupación predilecta revisar y descubrir, en el tiempo dedicado a la meditación, dónde Dios nos salió al encuentro en el día recién pasado. (Patres Exerzitien, 1967)
Texto 201
En medio de la maraña
Hay quienes piensan que la oración meditativa está reservada para los sacerdotes y religiosos. Los laicos, y más aún los simples obreros, no serían capaces de ello ni estarían tampoco llamados a ello. Sin embargo, éste es un gran error. No solamente hay santos de la vida diaria tras los muros conventuales, no solamente los hay vestidos con el hábito religioso, sino también, y principalmente, en vestiduras seculares, en medio de la maraña y de las luchas de la vida cotidiana. Se los encuentra en todas las vocaciones y estados de vida. (Wektagsheiligkeit, 1937)
Texto 202
Pregustar y posgustar
Me permito traer a la memoria el método de meditación que hemos elaborado a lo largo de décadas. Preferimos, como materia de nuestra meditación, el día que acaba de transcurrir o el que está por comenzar.
Pos-gustar y pos-vivenciar el día que acaba de transcurrir.
Pre-gustar y pre-vivenciar el día que está por comenzar.
Este método debería ser una suerte de patente de nuestra comunidad como Instituto Secular. Todo depende de esto: estar en el mundo y hacer que las cosas de este mundo nos conduzcan hacia lo alto. Ésta es nuestra espiritualidad específica del día de trabajo, la espiritualidad que se vive en medio del mundo. Los estímulos que nos llegan de las criaturas nos atraen, nos encienden… pero, en definitiva, todo lo queremos hacer para Dios. Se trata de un pensamiento extraordinariamente hermoso: todo lo creado puede encender mi corazón: una figura femenina, un bien terreno, una idea, etc. Todo ello puede encenderme, pero actuar, eso debo hacerlo, en último término, todo ordenado a lo divino. Aquí radica, expresándolo más filosóficamente, la importante tarea de hacer que la función de estímulo, que las criaturas ejercen sobre nosotros, desemboque en la función de traspaso. (Exerzitien für Schönstattpriester in der Marienau, 1966)
Texto 203
Tres preguntas clave
Si quieren considerar ahora el tipo más sencillo de meditación, se trata, como saben, de tres preguntas.
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- En primer lugar: ¿qué quiere decirme Dios a través de aquello que ahora he reconocido con mayor claridad? Eso mismo quiero elaborarlo de nuevo interiormente. ¿Qué me quiere decir Dios con ello?
- En segundo lugar: ¿qué debo decirme a mí mismo? Se trata de una suerte de examen de conciencia: ¿cómo he comprendido esta verdad en lo que va de mi vida? ¿Cómo la he aprovechado? ¿Cómo la he aplicado?
- Y finalmente, la tercera pregunta: ¿qué le digo a Dios? Y esto es ahora lo principal: que aprendamos a hablar con Dios, que cultivemos una vida más profunda e interior, una comunión de a dos con Dios.
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Éste es, de suyo, el sentido de la meditación. O, si ustedes quieren, la meditación tiene que ser una escuela de amor. Por eso la pregunta: ¿qué respondo a Dios? ¿Cuál puede ser la respuesta? Puede ser un acto de agradecimiento. Le agradezco lo que he descubierto. Puede ser también un acto de arrepentimiento; puede ser también un propósito; puede ser una petición. Ahora bien, no se trata de hacer una meditación muy metódica, sino tan sencilla y natural, como les resulte.
Si ustedes prefieren otro método de meditación, entonces, deben practicarlo. Pero deben tener presente que, lo más importante, no es el escuchar sino la elaboración interior autónoma, la elaboración llena de amor y vital. (Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 204
La materia de la meditación (1)
Pasemos al punto de qué es lo que meditamos. Vivimos en medio del mundo. Por eso no olvidemos el sencillo método de meditación que solemos cultivar. ¿Cuál será la materia de nuestra meditación?: Nuestra vida. Porque el Dios de la Vida toca nuestra vida y quiere que le respondamos con la vida. Naturalmente no se propone que sea éste el único método pero, por largos tramos del camino, ésa será la materia de nuestra meditación.
Retomando una terminología ya tradicional para nosotros, se trata de repasar y posgustar las misericordias divinas y las miserias personales. Vale decir que el objeto de mi meditación será mi vida diaria.
De esta manera aprovechamos todo lo que nos ha enseñado la psicología moderna, aprovechamos todas las cosas valiosas que, en esta área, nos ha aclarado y regalado la ciencia humana. ¿De qué sirve vivir y amar como si no existiera un mundo objetivo? Porque, reitero, yo también soy parte del mundo objetivo. No debo pasarlo por alto. De lo contrario, me resultará muy difícil elaborar todas las impresiones recibidas, y jamás acertaré a responder cabalmente a la originalidad que Dios me dio, a la manera cómo él me sacude y conmueve a lo largo del día. Y sin embargo hay que dar una respuesta a ello. Porque detrás hay un mundo objetivo.
Es exactamente como en el caso del ideal personal. El ideal personal es un mensaje de Dios para nosotros. Dios nos habla a través de nuestros talentos, de las vicisitudes por las que pasamos, de las reacciones que suele tener nuestra naturaleza. En suma, las cosas están integradas a un mundo objetivo y por lo tanto han de ser parte constitutiva de nuestra espiritualidad normada objetivamente. Ténganlo presente.
Volveré sobre el punto. ¿Cuál será entonces la materia de meditación? Ahora estamos abocados explícitamente a repasar toda nuestra vida[3]. Más tarde la meditación tomará como materia, por lo común, el día que ha pasado y el próximo día. (Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 205
La materia de la meditación (2)
Pero hay un segundo material de meditación. No sólo repasar y posgustar lo pasado sino examinar y pregustar las cosas que Dios posiblemente me encomiende en razón de mi vocación, de las circunstancias o de las mociones interiores (del Espíritu Santo en nosotros). Detengámonos un poco aquí.
Supongamos que viviésemos en una comunidad religiosa de clausura, ceñidos a un horario riguroso que se cumple paso a paso, de tal manera que siempre sabemos lo que vendrá. En este caso no tendríamos mucho que pensar. Porque, como dije, sabremos: Ahora viene tal cosa; después, tal otra… Pero nosotros no vivimos en una situación semejante. Ni mucho menos cuando trabajamos como externos. Ni tampoco cuando estamos en la comunidad. Nuestra vida no se desarrolla como la de una orden religiosa de clausura. Por eso vale la pena examinar, reflexionar: ¿Qué pasará hoy?
Lo que estoy diciendo es particularmente importante para cuando estemos afuera, respondiendo a muchos compromisos. Cuando debamos responder a muchas llamadas telefónicas, a deseos imprevistos que nos lleguen de tal o cual parte, será necesario repasar el día por venir y preguntarnos qué pasará en él. Pero no sólo para planificar, sino también para pregustarlo.
Y más importante aún es sopesar de alguna manera la serie, la secuencia de nuestras acciones. Por ejemplo, tienen muchas cartas que responder o esperan muchas llamadas telefónicas. Incluso hay que contar con que la pastoral de los enfermos nos requiera imprevistamente, de modo que no pueda formular ningún propósito para el día. Lo que se hace entonces, en general, es omitir cosas, ¿verdad? Tengo muchas cartas que responder… Pero, ¿qué es lo que realmente tengo que hacer? ¿Qué es lo más necesario? Observen que se trata siempre del Dios de la vida y de la respuesta de la vida. Resulta clarísimo en este punto. De lo contrario, dejaré todo sin hacer, no organizaré las cosas. Quizás lo haga recién cuando me vea impulsado por una moción interior o por una presión externa. Pero por esa vía jamás asumiré cabalmente mi vida, nunca seré el dirigente, el jefe que tenga su propia vida atada al yugo de la voluntad.
Naturalmente las cosas no resultarán tan exactas como uno se lo imagina por la mañana temprano, ¿verdad? Porque siempre surgen imprevistos. Pero ya habremos previsto, en la medida de lo posible, una respuesta de vida para el Dios de la vida. En el futuro habremos de renunciar a que todo salga a pedir de boca.
De ahí la importancia de recordar dos aspectos: En primer lugar, mantener una actitud. Y reflexionar qué acciones quiere Dios que yo realice a partir de esa actitud. Lo primero sería entonces tener una visión de conjunto y comprobar, en general, la dirección en la cual debemos trabajar hoy. Si no lo hacemos, correremos gran peligro de no vivir nosotros sino de ser vividos por las circunstancias; correremos gran peligro de ceder a inclinaciones personales, y permitir y generar muchas lagunas en el trabajo del día. Éste sería el primer aspecto que reglamentar en la meditación.
Y luego el segundo aspecto: Fijar los tiempos. Puedo proponérmelo perfectamente. Consideremos la vida de un externo, vale decir, de un párroco, o nuestra vida allí donde estemos, incluso si trabajamos en el Movimiento. ¿Qué pasa entonces? Hay que decirse de alguna manera lo siguiente: En el primer tiempo libre de que disponga hoy (el que me permita mi labor o actividad) haré tal o cual ejercicio de devoción. Se trata siempre de lo mismo: cuidar de no ser vivido por las circunstancias, de no ser totalmente vivido por ellas, de no dejarnos arrebatar las riendas de la mano.
(…) Por otra parte, dado que las circunstancias cambian continuamente y nosotros adecuamos la respuesta a las circunstancias, es necesaria una gran habilidad a la hora de interpretar la voluntad de Dios, de fijar cada una de las acciones que realizaremos. Mientras nos esforcemos por hacer estas cosas, nos mantendremos en el camino que nos llevará a ser personas de carácter firme. Y, tarde o temprano, desarrollaremos un profundo respeto por nosotros mismos, por nuestra voluntad. (…)
Repasando las diversas modalidades de la meditación, deteniéndome más en la materia de la meditación, les reitero lo siguiente: Lógicamente existen momentos de nuestra vida en los que debemos enfocar otros objetos. Y empleo a propósito el término objeto. Quiero decir que no solamente el sujeto (la persona misma que medita) ha de ser objeto de la meditación. Existen otros objetos que pasan a ser materia de reflexión para el sujeto. Meditaremos pues sobre otros objetos.
¿Cuáles? Por ejemplo, las Sagradas Escrituras, la liturgia. En el caso de las Sagradas Escrituras, se puede tomar uno de los evangelios o de las epístolas; o bien seguir la vida de Jesús o de la santísima Virgen. Volver a internalizar, paso a paso, el mundo religioso normado objetivamente, dejar que cale en nuestra afectividad. Y digo a propósito “en nuestra afectividad”, porque la verdad objetiva tiene que ser aprehendida subjetivamente. Dicho en otros términos: Dios tiene que convertirse en nuestro Dios. ¿Saben lo que eso significa? Que la Virgen María sea nuestra Virgen María; que Jesús sea nuestro Salvador… De eso se trata.
En este punto subyace naturalmente un gran peligro para las personas de orientación fuertemente liturgicista. Al abordar el material que ofrece la liturgia o las formas en las que se consuma, corren siempre el peligro de que lo objetivo quede demasiado como algo objetivo, vale decir, de que no sea elaborado subjetivamente. He aquí una importante y permanente tarea por cumplir.
Filosóficamente hablando, procuremos que nuestro saber se haga vida. O más exactamente, que nuestro saber se haga amor. Esto presupone, en primer lugar, tener conocimientos religiosos. En segundo lugar, procurar que lo que sepamos desemboque en el amor. He ahí la gran diferencia entre meditar, contemplar y estudiar. Siempre tiene que haber una especie de estudio, precisamente porque debemos internalizar todo un mundo. El mundo que está en los libros o bien lo que Dios nos quiere decir a través de las Sagradas Escrituras y no sólo a través de las “sagradas escrituras”, es decir, de sus disposiciones y providencias en nuestra vida. Sería muy parcial de nuestra parte contentarnos sólo con interpretar la voz de Dios en las disposiciones y providencias que observamos en nuestra vida. Porque Dios nos comunicó también otras verdades.
Permítanme citar en este punto una frase que formulé hace muchos años: Existe un saber escaso pero con un gran amor, y un gran saber con muy poco amor. Si todos los conocimientos que poseen nuestros profesores de la universidad redundaran en amor… todos esos profesores deberían ser santos, ¿no les parece? Por otra parte, muchas humildes señoras de barrio no saben mucho, tienen una religiosidad espontánea, pero sus conocimientos de religión, ¿qué son en comparación con los de un profesor de la universidad, con un profesor de dogmática? Y sin embargo es perfectamente posible que un saber escaso (vale decir, cuando internalizo algunas verdades centrales y las elaboro) sea alimento para el amor. (…)
(Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 206
A través de todo lo creado
El hombre plenamente divinizado. ¿Qué significa esto en la práctica? Es el hombre que busca en todas partes a Dios, que encuentra en todas partes a Dios, que procura amar a Dios en todas partes. Deum quaerere, Deum invenire, Deum diligere in omnibus resus, in omnibus circumstantiis, in omnibus personis, buscar y amar a Dios en todas las cosas, en todas las circunstancias, en todas las personas (San Ignacio de Loyola).
El único hilo conductor, la única gran línea que recorre todas las páginas (del libro “La Santificación de la Vida diaria”) es siempre el impulso que se dirige hacia el Dios viviente. Se trata del santo de la vida diaria. No del santo del domingo, que se acuerda de tanto en tanto, ocasionalmente, de Dios, sino del santo de la vida diaria que, en la vida cotidiana, en toda situación, no conoce otra cosa más que estar “en casa” en Dios. Considerando ahora la segunda parte del libro, para él es algo evidente que todas las criaturas, en particular toda causa segunda, se utiliza como escalera para alcanzar al Dios viviente. (…)
¡Hacia lo alto, hacia el Dios viviente! ¿Cómo? A través de todo lo creado. Y, entonces, partiendo nuevamente del Dios viviente, regresar a lo creado: en última instancia, esto es lo importante. Si prestan particular atención a todo lo que se expone en la segunda parte del libro, encontrarán que se trata precisamente de buscar y encontrar a Dios en el trabajo, de buscar a Dios allí donde se tiene trato con las cosas, de buscar y amar a Dios cuando uno recibe cruz y sufrimiento. Percibirán que se trata siempre de causas segundas, del mundo creado: en todas partes, éste quiere ser utilizado para ascender hacia el Dios vivo. (Patres Exerzitien, 1967)
Texto 207
Ver con los ojos de Dios
Vidisti fratrem tuum, vidisti Christum! ¡Viste a tu hermano: viste a Cristo! Mi paternidad o maternidad adquieren propiamente su verdadera plenitud sólo cuando veo, en quien está frente a mí, al Cristo misteriosamente presente en él. Entonces, no solamente un miembro sirve al otro, sino que todo servicio, toda paternidad, toda maternidad es un servicio al Cristo encarnado en mi semejante. Debemos aprender a pensar así, sobrenaturalmente. Entonces habremos relacionado de la manera más original lo natural con lo sobrenatural. Entonces vivimos constantemente en el otro mundo, sin que ello resulte ser algo forzado.
Por supuesto, esto es hoy más difícil que antaño. Hoy nos vemos unos a otros casi sólo con ojos de mosca, es decir, con los ojos de los sentidos. Los sentidos naturales no perciben todo lo que acabamos de escuchar. Ni siquiera el ojo angélico lo ve: sólo lo ve el ojo de Dios. Por tanto, el ojo de Dios, es decir, el ojo de la fe, debe ser tan vigoroso en nosotros, de modo que sea el factor decisivo y definitivo en todo. (Vortrag, 1965)
TEXTO D
TOMADO DEL LIBRO “DIOSPRESENTE”
La meditación de la vida
Texto 199
Comulgar con el Dios de la vida
La fe en la Providencia se ha probado entre nosotros, durante los años transcurridos, como una gran potencia de primer orden.
Se ha mostrado como una capacidad, como un órgano, y hasta como un instinto, que no sólo regala una seguridad instintiva para lo divino, sino que, también, como un ansia santa, insaciable, que ha visto y buscado, tomado y abrazado al Dios de la vida, en la cúspide de todas las cosas y de todos los acontecimientos –tanto de los más grandes cuanto de los más pequeños, de los más significativos cuanto de los más insignificantes, de los más ruidosos cuanto de los más silenciosos– a fin de celebrar constante comunión con la voluntad divina, de llevar a cabo la consagración del momento o bien de padecer el martirio de la fe en la Providencia. (Josefbrief, 1952)
Texto 200
Revisar y saborear
Nuestro método preferido de meditación consiste en revisar y saborear, en revisar y posgustar lo pasado. De suyo, esto debiera ser, entre nosotros, una actitud permanente, un hábito. A partir de cada realidad, por más ínfima que ésta sea, debemos saber ascender hacia el corazón misericordioso y bondadoso de Dios Padre. Mientras esto no se haya convertido para nosotros en una segunda naturaleza, queremos ejercitarnos en ello una y otra vez, hasta lograrlo.
Queremos ingresar en la escuela de amor, de la oración interior. No estamos limitados solamente por esta forma de meditación. No, podemos aplicar también todos los otros métodos de meditación. Pero dada la importancia que reviste introducir al Dios de la vida en nuestra vida, encontrarnos con el Dios de la vida en nuestra vida y responderle a partir de nuestra vida, entonces, pienso que, por un cierto período, debiese ser nuevamente nuestra ocupación predilecta revisar y descubrir, en el tiempo dedicado a la meditación, dónde Dios nos salió al encuentro en el día recién pasado. (Patres Exerzitien, 1967)
Texto 201
En medio de la maraña
Hay quienes piensan que la oración meditativa está reservada para los sacerdotes y religiosos. Los laicos, y más aún los simples obreros, no serían capaces de ello ni estarían tampoco llamados a ello. Sin embargo, éste es un gran error. No solamente hay santos de la vida diaria tras los muros conventuales, no solamente los hay vestidos con el hábito religioso, sino también, y principalmente, en vestiduras seculares, en medio de la maraña y de las luchas de la vida cotidiana. Se los encuentra en todas las vocaciones y estados de vida. (Wektagsheiligkeit, 1937)
Texto 202
Pregustar y posgustar
Me permito traer a la memoria el método de meditación que hemos elaborado a lo largo de décadas. Preferimos, como materia de nuestra meditación, el día que acaba de transcurrir o el que está por comenzar.
Pos-gustar y pos-vivenciar el día que acaba de transcurrir.
Pre-gustar y pre-vivenciar el día que está por comenzar.
Este método debería ser una suerte de patente de nuestra comunidad como Instituto Secular. Todo depende de esto: estar en el mundo y hacer que las cosas de este mundo nos conduzcan hacia lo alto. Ésta es nuestra espiritualidad específica del día de trabajo, la espiritualidad que se vive en medio del mundo. Los estímulos que nos llegan de las criaturas nos atraen, nos encienden… pero, en definitiva, todo lo queremos hacer para Dios. Se trata de un pensamiento extraordinariamente hermoso: todo lo creado puede encender mi corazón: una figura femenina, un bien terreno, una idea, etc. Todo ello puede encenderme, pero actuar, eso debo hacerlo, en último término, todo ordenado a lo divino. Aquí radica, expresándolo más filosóficamente, la importante tarea de hacer que la función de estímulo, que las criaturas ejercen sobre nosotros, desemboque en la función de traspaso. (Exerzitien für Schönstattpriester in der Marienau, 1966)
Texto 203
Tres preguntas clave
Si quieren considerar ahora el tipo más sencillo de meditación, se trata, como saben, de tres preguntas.
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- En primer lugar: ¿qué quiere decirme Dios a través de aquello que ahora he reconocido con mayor claridad? Eso mismo quiero elaborarlo de nuevo interiormente. ¿Qué me quiere decir Dios con ello?
- En segundo lugar: ¿qué debo decirme a mí mismo? Se trata de una suerte de examen de conciencia: ¿cómo he comprendido esta verdad en lo que va de mi vida? ¿Cómo la he aprovechado? ¿Cómo la he aplicado?
- Y finalmente, la tercera pregunta: ¿qué le digo a Dios? Y esto es ahora lo principal: que aprendamos a hablar con Dios, que cultivemos una vida más profunda e interior, una comunión de a dos con Dios.
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Éste es, de suyo, el sentido de la meditación. O, si ustedes quieren, la meditación tiene que ser una escuela de amor. Por eso la pregunta: ¿qué respondo a Dios? ¿Cuál puede ser la respuesta? Puede ser un acto de agradecimiento. Le agradezco lo que he descubierto. Puede ser también un acto de arrepentimiento; puede ser también un propósito; puede ser una petición. Ahora bien, no se trata de hacer una meditación muy metódica, sino tan sencilla y natural, como les resulte.
Si ustedes prefieren otro método de meditación, entonces, deben practicarlo. Pero deben tener presente que, lo más importante, no es el escuchar sino la elaboración interior autónoma, la elaboración llena de amor y vital. (Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 204
La materia de la meditación (1)
Pasemos al punto de qué es lo que meditamos. Vivimos en medio del mundo. Por eso no olvidemos el sencillo método de meditación que solemos cultivar. ¿Cuál será la materia de nuestra meditación?: Nuestra vida. Porque el Dios de la Vida toca nuestra vida y quiere que le respondamos con la vida. Naturalmente no se propone que sea éste el único método pero, por largos tramos del camino, ésa será la materia de nuestra meditación.
Retomando una terminología ya tradicional para nosotros, se trata de repasar y posgustar las misericordias divinas y las miserias personales. Vale decir que el objeto de mi meditación será mi vida diaria.
De esta manera aprovechamos todo lo que nos ha enseñado la psicología moderna, aprovechamos todas las cosas valiosas que, en esta área, nos ha aclarado y regalado la ciencia humana. ¿De qué sirve vivir y amar como si no existiera un mundo objetivo? Porque, reitero, yo también soy parte del mundo objetivo. No debo pasarlo por alto. De lo contrario, me resultará muy difícil elaborar todas las impresiones recibidas, y jamás acertaré a responder cabalmente a la originalidad que Dios me dio, a la manera cómo él me sacude y conmueve a lo largo del día. Y sin embargo hay que dar una respuesta a ello. Porque detrás hay un mundo objetivo.
Es exactamente como en el caso del ideal personal. El ideal personal es un mensaje de Dios para nosotros. Dios nos habla a través de nuestros talentos, de las vicisitudes por las que pasamos, de las reacciones que suele tener nuestra naturaleza. En suma, las cosas están integradas a un mundo objetivo y por lo tanto han de ser parte constitutiva de nuestra espiritualidad normada objetivamente. Ténganlo presente.
Volveré sobre el punto. ¿Cuál será entonces la materia de meditación? Ahora estamos abocados explícitamente a repasar toda nuestra vida[4]. Más tarde la meditación tomará como materia, por lo común, el día que ha pasado y el próximo día. (Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 205
La materia de la meditación (2)
Pero hay un segundo material de meditación. No sólo repasar y posgustar lo pasado sino examinar y pregustar las cosas que Dios posiblemente me encomiende en razón de mi vocación, de las circunstancias o de las mociones interiores (del Espíritu Santo en nosotros). Detengámonos un poco aquí.
Supongamos que viviésemos en una comunidad religiosa de clausura, ceñidos a un horario riguroso que se cumple paso a paso, de tal manera que siempre sabemos lo que vendrá. En este caso no tendríamos mucho que pensar. Porque, como dije, sabremos: Ahora viene tal cosa; después, tal otra… Pero nosotros no vivimos en una situación semejante. Ni mucho menos cuando trabajamos como externos. Ni tampoco cuando estamos en la comunidad. Nuestra vida no se desarrolla como la de una orden religiosa de clausura. Por eso vale la pena examinar, reflexionar: ¿Qué pasará hoy?
Lo que estoy diciendo es particularmente importante para cuando estemos afuera, respondiendo a muchos compromisos. Cuando debamos responder a muchas llamadas telefónicas, a deseos imprevistos que nos lleguen de tal o cual parte, será necesario repasar el día por venir y preguntarnos qué pasará en él. Pero no sólo para planificar, sino también para pregustarlo.
Y más importante aún es sopesar de alguna manera la serie, la secuencia de nuestras acciones. Por ejemplo, tienen muchas cartas que responder o esperan muchas llamadas telefónicas. Incluso hay que contar con que la pastoral de los enfermos nos requiera imprevistamente, de modo que no pueda formular ningún propósito para el día. Lo que se hace entonces, en general, es omitir cosas, ¿verdad? Tengo muchas cartas que responder… Pero, ¿qué es lo que realmente tengo que hacer? ¿Qué es lo más necesario? Observen que se trata siempre del Dios de la vida y de la respuesta de la vida. Resulta clarísimo en este punto. De lo contrario, dejaré todo sin hacer, no organizaré las cosas. Quizás lo haga recién cuando me vea impulsado por una moción interior o por una presión externa. Pero por esa vía jamás asumiré cabalmente mi vida, nunca seré el dirigente, el jefe que tenga su propia vida atada al yugo de la voluntad.
Naturalmente las cosas no resultarán tan exactas como uno se lo imagina por la mañana temprano, ¿verdad? Porque siempre surgen imprevistos. Pero ya habremos previsto, en la medida de lo posible, una respuesta de vida para el Dios de la vida. En el futuro habremos de renunciar a que todo salga a pedir de boca.
De ahí la importancia de recordar dos aspectos: En primer lugar, mantener una actitud. Y reflexionar qué acciones quiere Dios que yo realice a partir de esa actitud. Lo primero sería entonces tener una visión de conjunto y comprobar, en general, la dirección en la cual debemos trabajar hoy. Si no lo hacemos, correremos gran peligro de no vivir nosotros sino de ser vividos por las circunstancias; correremos gran peligro de ceder a inclinaciones personales, y permitir y generar muchas lagunas en el trabajo del día. Éste sería el primer aspecto que reglamentar en la meditación.
Y luego el segundo aspecto: Fijar los tiempos. Puedo proponérmelo perfectamente. Consideremos la vida de un externo, vale decir, de un párroco, o nuestra vida allí donde estemos, incluso si trabajamos en el Movimiento. ¿Qué pasa entonces? Hay que decirse de alguna manera lo siguiente: En el primer tiempo libre de que disponga hoy (el que me permita mi labor o actividad) haré tal o cual ejercicio de devoción. Se trata siempre de lo mismo: cuidar de no ser vivido por las circunstancias, de no ser totalmente vivido por ellas, de no dejarnos arrebatar las riendas de la mano.
(…) Por otra parte, dado que las circunstancias cambian continuamente y nosotros adecuamos la respuesta a las circunstancias, es necesaria una gran habilidad a la hora de interpretar la voluntad de Dios, de fijar cada una de las acciones que realizaremos. Mientras nos esforcemos por hacer estas cosas, nos mantendremos en el camino que nos llevará a ser personas de carácter firme. Y, tarde o temprano, desarrollaremos un profundo respeto por nosotros mismos, por nuestra voluntad. (…)
Repasando las diversas modalidades de la meditación, deteniéndome más en la materia de la meditación, les reitero lo siguiente: Lógicamente existen momentos de nuestra vida en los que debemos enfocar otros objetos. Y empleo a propósito el término objeto. Quiero decir que no solamente el sujeto (la persona misma que medita) ha de ser objeto de la meditación. Existen otros objetos que pasan a ser materia de reflexión para el sujeto. Meditaremos pues sobre otros objetos.
¿Cuáles? Por ejemplo, las Sagradas Escrituras, la liturgia. En el caso de las Sagradas Escrituras, se puede tomar uno de los evangelios o de las epístolas; o bien seguir la vida de Jesús o de la santísima Virgen. Volver a internalizar, paso a paso, el mundo religioso normado objetivamente, dejar que cale en nuestra afectividad. Y digo a propósito “en nuestra afectividad”, porque la verdad objetiva tiene que ser aprehendida subjetivamente. Dicho en otros términos: Dios tiene que convertirse en nuestro Dios. ¿Saben lo que eso significa? Que la Virgen María sea nuestra Virgen María; que Jesús sea nuestro Salvador… De eso se trata.
En este punto subyace naturalmente un gran peligro para las personas de orientación fuertemente liturgicista. Al abordar el material que ofrece la liturgia o las formas en las que se consuma, corren siempre el peligro de que lo objetivo quede demasiado como algo objetivo, vale decir, de que no sea elaborado subjetivamente. He aquí una importante y permanente tarea por cumplir.
Filosóficamente hablando, procuremos que nuestro saber se haga vida. O más exactamente, que nuestro saber se haga amor. Esto presupone, en primer lugar, tener conocimientos religiosos. En segundo lugar, procurar que lo que sepamos desemboque en el amor. He ahí la gran diferencia entre meditar, contemplar y estudiar. Siempre tiene que haber una especie de estudio, precisamente porque debemos internalizar todo un mundo. El mundo que está en los libros o bien lo que Dios nos quiere decir a través de las Sagradas Escrituras y no sólo a través de las “sagradas escrituras”, es decir, de sus disposiciones y providencias en nuestra vida. Sería muy parcial de nuestra parte contentarnos sólo con interpretar la voz de Dios en las disposiciones y providencias que observamos en nuestra vida. Porque Dios nos comunicó también otras verdades.
Permítanme citar en este punto una frase que formulé hace muchos años: Existe un saber escaso pero con un gran amor, y un gran saber con muy poco amor. Si todos los conocimientos que poseen nuestros profesores de la universidad redundaran en amor… todos esos profesores deberían ser santos, ¿no les parece? Por otra parte, muchas humildes señoras de barrio no saben mucho, tienen una religiosidad espontánea, pero sus conocimientos de religión, ¿qué son en comparación con los de un profesor de la universidad, con un profesor de dogmática? Y sin embargo es perfectamente posible que un saber escaso (vale decir, cuando internalizo algunas verdades centrales y las elaboro) sea alimento para el amor. (…)
(Desiderio Desideravi, 1963)
Texto 206
A través de todo lo creado
El hombre plenamente divinizado. ¿Qué significa esto en la práctica? Es el hombre que busca en todas partes a Dios, que encuentra en todas partes a Dios, que procura amar a Dios en todas partes. Deum quaerere, Deum invenire, Deum diligere in omnibus resus, in omnibus circumstantiis, in omnibus personis, buscar y amar a Dios en todas las cosas, en todas las circunstancias, en todas las personas (San Ignacio de Loyola).
El único hilo conductor, la única gran línea que recorre todas las páginas (del libro “La Santificación de la Vida diaria”) es siempre el impulso que se dirige hacia el Dios viviente. Se trata del santo de la vida diaria. No del santo del domingo, que se acuerda de tanto en tanto, ocasionalmente, de Dios, sino del santo de la vida diaria que, en la vida cotidiana, en toda situación, no conoce otra cosa más que estar “en casa” en Dios. Considerando ahora la segunda parte del libro, para él es algo evidente que todas las criaturas, en particular toda causa segunda, se utiliza como escalera para alcanzar al Dios viviente. (…)
¡Hacia lo alto, hacia el Dios viviente! ¿Cómo? A través de todo lo creado. Y, entonces, partiendo nuevamente del Dios viviente, regresar a lo creado: en última instancia, esto es lo importante. Si prestan particular atención a todo lo que se expone en la segunda parte del libro, encontrarán que se trata precisamente de buscar y encontrar a Dios en el trabajo, de buscar a Dios allí donde se tiene trato con las cosas, de buscar y amar a Dios cuando uno recibe cruz y sufrimiento. Percibirán que se trata siempre de causas segundas, del mundo creado: en todas partes, éste quiere ser utilizado para ascender hacia el Dios vivo. (Patres Exerzitien, 1967)
Texto 207
Ver con los ojos de Dios
Vidisti fratrem tuum, vidisti Christum! ¡Viste a tu hermano: viste a Cristo! Mi paternidad o maternidad adquieren propiamente su verdadera plenitud sólo cuando veo, en quien está frente a mí, al Cristo misteriosamente presente en él. Entonces, no solamente un miembro sirve al otro, sino que todo servicio, toda paternidad, toda maternidad es un servicio al Cristo encarnado en mi semejante. Debemos aprender a pensar así, sobrenaturalmente. Entonces habremos relacionado de la manera más original lo natural con lo sobrenatural. Entonces vivimos constantemente en el otro mundo, sin que ello resulte ser algo forzado.
Por supuesto, esto es hoy más difícil que antaño. Hoy nos vemos unos a otros casi sólo con ojos de mosca, es decir, con los ojos de los sentidos. Los sentidos naturales no perciben todo lo que acabamos de escuchar. Ni siquiera el ojo angélico lo ve: sólo lo ve el ojo de Dios. Por tanto, el ojo de Dios, es decir, el ojo de la fe, debe ser tan vigoroso en nosotros, de modo que sea el factor decisivo y definitivo en todo. (Vortrag, 1965)
TEXTO E
EN Qué CONSISTE la meditación
Charla P. Kentenich (MILWAUKEE 1963)
Quisiera, cuando se trata del horario espiritual, llamar la atención sobre algunos puntos. Empecemos, pues, por la meditación.
Surge la pregunta: ¿Cómo puedo meditar? Hay algo que hoy todos hemos olvidado y lo olvidamos cada vez más: ya no tenemos la capacidad de concentrarnos suficientemente. Esto sucede porque son demasiadas las impresiones que se abalanzan sobre nosotros y tal vez debiera agregar: porque somos demasiado dependientes de la atmósfera, del ambiente: la atmósfera nos arrastra. Y actualmente, en tiempos del hombre masificado y de la sociedad pluralista, una atmósfera marcadamente religiosa es rara vez posible. Somos, pues, dependientes de que, de nosotros mismos se irradie esa atmósfera. Este es un importante capítulo, es un pensamiento muy serio: que nosotros creemos esa atmósfera. Ciertamente permanecemos dependientes de la atmósfera. Pero, mientras no la encontremos en aquella medida que la necesitamos, la tarea consiste para nosotros en tratar de que, nosotros mismos irradiemos esa atmósfera. Esto es solamente posible si con el núcleo de la personalidad nos hemos familiarizado con Dios tan profundamente como sea posible. Entonces puede irradiar de nosotros una atmósfera religiosa.
Y ahora, lo que meditamos. Nosotros, que estamos en medio de la vida, no queremos pasar por alto la sencilla forma de meditación que hemos cultivado tan frecuentemente. ¿Cuál es el material, la materia de la meditación? De por sí, ese material es nuestra vida. El Dios de la vida quiere tocar nuestra vida y recibir una respuesta de vida. No debemos hacerlo en forma totalmente exclusiva pero, por largos períodos deberá ser el material, la materia de la cual nos debemos ocupar.
Esto sería, para repetir las antiguas expresiones, por una parte el revisar (comprobar) y gustar las misericordias divinas y las miserias personales. Así pues, el objeto de mi meditación es mi vida cotidiana. Seguramente, personas de orientación litúrgica arrugarán la nariz y dirán: “por Dios… ¿qué es esto? ¡Puro subjetivismo!” No es verdad: mi yo no es subjetivismo, es también un objeto, un objeto de la actividad de Dios. Es también un objeto que Dios ha creado y a través del cual me quiere decir algo. Doblemente si captamos y comprendemos, lo que la fe en la Providencia nos quiere decir como luz, como sol, como estrella y luna.
Con esto captamos exactamente todo lo que la psicología moderna hasta ahora nos ha dicho; captamos también lo valioso que, a través de los siglos, ha sido científicamente elaborado y regalado bajo este punto de vista. Ven ustedes, ¿de qué sirve si solamente vivo al día en el mundo objetivo? Pero, repito: yo soy parte del mundo objetivo, no lo debo olvidar. Si no lo tengo en mente, no lograré la elaboración de las impresiones que he acogido en mí y nunca daré la respuesta adecuada a la manera de ser que el buen Dios me dio, al modo como Él, a través del día, me sacude y me estremece. Hay que dar también una respuesta a esto. Ello esconde un mundo plenamente objetivo. Es exactamente igual cuando hablamos del Ideal Personal. El Ideal Personal es también un hablar de Dios a nosotros. El habla a través de las disposiciones internas, habla a través de los golpes del destino, habla a través de la reacción que nuestra naturaleza, desde su interioridad, es capaz de dar en cada caso. Todas estas cosas -tienen que tenerlo siempre presente– pertenecen al mundo objetivo, por lo que deben ser un componente de nuestra espiritualidad objetivamente normada.
Quiero volver sobre este punto. ¿Cuál debe ser el objeto de nuestra meditación? Lo que ahora hacemos tan explícitamente, a través del repasar toda nuestra vida, más tarde debe ser, en términos generales, meditación para el día trascurrido y para el día próximo. Por eso, el segundo objeto de meditación es no sólo verificar, paladear, sino también examinar previamente y gustar por anticipado aquellas cosas que, presumiblemente, Dios Padre me enviará hoy, sea a través de mi vocación, a través de diversas situaciones o a través de inspiraciones interiores. Creo que debo detenerme todavía un momento aquí.
Es claro que si vivimos tras los muros de una comunidad religiosa, y tenemos un programa diario que trascurre regularmente, en el cual conozco exactamente lo que luego viene, entonces no tengo mucho que pensar; ya sé que ahora viene esto y luego esto otro. Pero, algo así, no lo tendremos nunca más. Y mucho menos si estamos viviendo afuera, como externos, pero tampoco si estamos en la comunidad. Nuestra vida no se enhebra tal como sucede en una orden religiosa estricta. Por eso, vale la pena reflexionar previamente acerca de lo que me traerá el día de hoy.
Lo que digo ahora vale especialmente si tenemos oscilar solos, allá afuera, donde estamos muy dependientes de llamados, de peticiones urgentes de todos lados; debemos, en general revisar el día: ¿Qué puede presentarse hoy? De modo que ya ahora – antes, interiormente – no sólo lo planifique sino que lo guste anticipadamente. Más importante aún es que verifiquemos de algún modo las consecuencias y el orden de nuestro actuar. Supongamos que tienen tantas cartas que contestar o hay tantos llamados previstos; cuenten con que la atención de los enfermos los puede solicitar urgentemente, de modo que no pueden tomar un propósito rígido. Lo que pueden es hacer un cálculo aproximado. Allí hay tantas cartas por responder, ¿qué debo hacer, qué es lo más importante? Nótenlo: ¡siempre se trata del Dios de la vida y la respuesta de la vida! Esto es clarísimo aquí: de otro modo dejo todo tirado, no hay tras mi vida ninguna conducción, actúo según venga un impulso interno o una presión de afuera… tal vez alguna vez resulte. Pero de este modo nunca llegaré a ser, en la forma adecuada, el dueño de mi vida, el que dirige, el que manda y que tiene la propia vida bajo las riendas de la voluntad. Por supuesto, las cosas no suceden tan exactamente como se han previsto en la mañana, pues siempre suceden nuevos acontecimientos, pero he preparado, en la medida de lo posible, una respuesta de la vida al Dios de la vida. Las cosas son simplemente así: más adelante debemos renunciar a que todo resulte al milímetro.
Por esto, hay dos aspectos que son importantes. Primero, el cultivo de una actitud, pero, segundo, también un razonable reflexionar en lo que Dios Padre quiere que, de esa actitud, se transforme en acto. Esto es lo uno: una visión de conjunto y una constatación general esquemática de que debes hoy trabajar en tal o cual dirección. Si no lo hacemos, es siempre grande el peligro de que no vivamos, sino que seamos vividos; es grande el peligro de que sigamos nuestras inclinaciones predilectas y dejemos huecos por todos lados, o creemos nuevos huecos. Este sería un aspecto que debemos regular en la meditación.
Luego, la determinación del tiempo de la meditación. Este me lo puedo proponer. Voy a suponer la vida de un externo, por ejemplo la de un párroco o también la de un padre que trabaje en el Movimiento. ¿Qué hacemos entonces? De alguna manera debería decirme: en el primer tiempo libre que tenga hoy –es decir, que mi trabajo, mi actividad, me deje libre– voy a realizar tal o cual práctica espiritual. Se trata siempre de cuidar de no ser vivido, no ser totalmente vivido, que no dejemos de tener las riendas en la mano.
Por supuesto, aquí se aplica, nuevamente, que esto debe ser entendido “mutatis mutandis”: sólo puede ser una línea que adoptamos. Pero las circunstancias varían permanentemente y pues dependemos de ellas, necesitamos una gran maestría en la interpretación de la voluntad divina para la realización de determinadas acciones. Pero constatarán que, si nos esforzamos efectivamente por hacerlo así, estamos en camino de llegar a ser auténticas personalidades. Tarde o temprano obtenemos también un profundo respeto por nosotros mismos, por nuestras propias aspiraciones.
Cuando hablo así de la meditación, tampoco deben pasar por alto – parece casi como si de pronto lo hubiéramos eliminado – que deben también, a partir del mirar hacia atrás o del mirar hacia delante, aprender a descansar. Cuando se trata del descanso, nosotros, hombres modernos, o no somos capaces de descansar o llamamos descanso sólo el dormir. “Señor, dale el descanso eterno y la luz eterna lo ilumine”… ¿Qué significa esto? En la meditación, reposar en una persona o en una idea. Estamos acostumbrados sea a estudiar, también en la meditación, o a dormir o a no hacer nada concreto. Encontrar el justo medio es siempre difícil.
¡Reposar en una persona! Demos por supuesto que la imagen del Señor ha actuado y vive en mí; entonces no tengo siempre que pensar y que desear nuevas ideas, nuevos sentimientos, sino que puedo reposar en un afecto. Y ¿de qué sentimiento se trata? Del estar entregado a una persona, por ejemplo, a Dios Padre, al Señor, a la S. Virgen y de reposar en ese afecto.
Tengo que repetirlo: creo que nosotros, hombres de hoy, lo hemos olvidado por completo. Tampoco debo pensar que si al fin de la meditación no tengo muchos resultados – has comprendido esto, esto y lo de más allá – entonces creo que no he meditado. Si me he entregado más profundamente, esto se denomina, con una expresión corriente, una forma de contemplación, un estar afectivamente entregado. De esto tienen que tomar conciencia para que actúe en ustedes.
Frecuentemente se distingue meditación, en el sentido estricto de la palabra ¿Qué significa esto? Ahí está principalmente activo el intelecto, el entendimiento iluminado por la fe y, en conexión con él, la voluntad. Necesito pues más tiempo para pensar y repensar una verdad hasta que me la haya apropiado espiritualmente; los afectos vienen entonces rezagados. Esta es la meditación en sentido estricto de la palabra. Deducido o ilustrado de la vida práctica, digamos por ejemplo: ¿qué deseo? Debo comprar algo, una nueva chaqueta, una camisa o un par de zapatos decentes. Normalmente voy a la tienda y ahí comienzo a meditar… salvo que todo me diera lo mismo y sólo quiero un par de zapatos cualquiera, entonces no me hace falta meditar… Pero lo normal es que, antes de comprar, se reflexione… se mire qué es esto, eso y lo otro, y luego se tome la decisión.
Aplicado a lo sobrenatural meditar significa: que primero piense algo detenidamente; está el entendimiento en primer plano. Cuando el alma se desarrolla más, entonces el pensamiento como tal se retrae un poco, pero no hasta el punto de no estar presente. En el primer caso, en la meditación en sentido estricto, es grande el peligro que empecemos a estudiar y dejemos de lado la vida afectiva. En esto reside la gran diferencia entre estudio y oración o meditación. El sentido profundo y último (de la meditación) debe ser siempre: el afecto debe ser regalado, el afecto debe ser purificado.
Donde el alma comienza a poner el afecto en primer plano, el estar entregado, puede ser el estar entregado a una persona o el estar entregado a una idea. También puedo reposar en una idea. Por ejemplo – puede parecer raro a quien no ha penetrado estas cosas – mi ideal podría de por sí ser solamente: “Schönstatt”. Ningún otro podría hacer algo con él, pero para mí representa todo un mundo. Si la idea de Schönstatt, desde tal o cual punto de vista, está viva en mí, es perfectamente pensable que yo repose en este pensamiento: Schoenstatt, lo que significa para mí. Y el reposar, a la larga, no es posible sin que también el afecto se despierte. No tiene por qué ser un afecto arrebatador, un afecto entusiasta. Pero si mi vida afectiva se pone en movimiento en esa dirección, he hecho una excelente meditación. La meditación no tiene por qué ser tan marcadamente racional, como frecuentemente se piensa.
Hay también otras formas de vida y de práctica religiosa. Si leen en San Ignacio encuentran la lectura meditada, que todos conocen. Tomo, por ejemplo, el Padre Nuestro u otra oración cualquiera y leo, frase por frase, y reflexiono según el principio o el método que ya hemos considerado un par de veces:
+ ¿Qué me dice Dios a través de esa frase?
+ ¿Qué me digo yo a mí mismo? y
+ ¿Qué le digo yo a Dios?
Es un leer meditativo. Tal vez saben teóricamente estas cosas, pero debemos aprender a llevarlas a la práctica. Debo pues repetir: el sentido de la meditación debería ser el reposar en una persona o en una idea, iluminada, desde luego, por la luz sobrenatural.
Si pienso ahora en las otras formas de meditación, es decir, si pienso más en la materia de la meditación, debo repetir: en ciertas épocas de nuestra vida, es evidente que tenemos que tomar también otros objetos de meditación. Digo intencionalmente “objeto”, es decir, no sólo que el sujeto es también objeto. Además del sujeto, hay también otros objetos que deben ser materia del sujeto que medita.
¿Cuál puede ser este objeto de meditación? Puede ser la Sagrada Escritura, o la Liturgia. Si se trata de la Sagrada Escritura, pueden ser los Evangelios o las Epístolas o la meditación continuada de la vida del Señor o de la S. Virgen. Se trata en este caso de reapropiarme y dejar penetrar interiormente en mi vida afectiva, parte por parte, el mundo religioso objetivo. Digo intencionalmente “dejar penetrar en la vida afectiva”: la verdad objetiva debe llegar a ser posesión subjetiva: Dios debe llegar a ser mi Dios. ¿Comprenden lo que significa esto? La Stma. Virgen debe llegar a ser mi Virgen Santísima. El Salvador debe llegar a ser mi Redentor. ¡De eso se trata! Allí reside, o puede residir, el gran peligro de una tan fuerte orientación litúrgica. Sea que se trate de la materia que se me ofrece, o de las formas en que se realiza la liturgia, está siempre el peligro de que lo objetivo permanezca tan objetivo, que no llegue a ser subjetivo. Allí reside siempre la gran tarea.
Si lo expresamos filosóficamente: debemos cuidar de que nuestro conocimiento llegue a ser vida. Más exactamente: que nuestro conocimiento llegue a ser amor. Esto supone, primero, que tenga un conocimiento religioso; segundo, que procure que aquello que conozco vaya desembocando en amor. Esa es la gran diferencia entre meditar o contemplar, y estudiar. Pero, alguna forma de estudio debe estar siempre presente: tengo que asimilar en mí todo un mundo, el mundo que está en los libros o lo que Dios Padre me quiere decir a través de la Sagrada Escritura. No solamente lo que me dice a través de las disposiciones de mi vida. Sería muy unilateral, si sólo interpreto el lenguaje de Dios como me habla a mí a través de las conducciones de mi vida; Él nos ha trasmitido también otras verdades.
Si puedo usar la expresión que acuñé hace muchos años, diría: hay un pequeño conocimiento con un gran amor y hay un gran conocimiento con un amor muy pequeño. Si nuestros profesores universitarios dejaran transformarse en amor la materia que dominan, ¡deberían ser todos santos! Y muchas sencillas abuelitas del pueblo, que no saben mucho, pero tienen un instinto religioso que, si lo comparo con el conocimiento de un profesor universitario o de un profesor de teología, simplemente es nada. Y sin embargo es perfectamente posible que un pequeño conocimiento -cuando acojo una idea central y la elaboro- sea un gran alimento para el amor.
En este sentido, hay una gran ley. Generalmente se piensa que sería evidente que, si ha crecido el conocimiento también el amor ha crecido. Y esto no es verdad, no es en absoluto verdad. En esto consiste, justamente, el arte: hacer que el conocimiento, también el conocimiento religioso, termine siendo amor y, a través de ello, sea vida. San Francisco de Sales lo explica hermosamente en sus libros sobre el amor. Pero también, desde otros puntos de vista, es psicológica y filosóficamente una verdad inequívoca. Las cosas son así: el primer amor – digamos el amor sobrenatural, pero vale también para otros casos – no lo podemos tener sin algún conocimiento. Si no conozco a Dios, no lo puedo amar. Por lo demás, es evidente que “lo que no conozco, no me interesa”.
Pero no puedo seguir y sacar como conclusión: consecuentemente, la medida del amor se mide también por la medida del conocimiento. Allí reside el gran error. En eso consiste la tarea que tenemos: que todo nuestro conocer, tarde o temprano, llegue a ser amor, que confluya en amor y en vida. Por eso debemos dar especial importancia en nuestra meditación, al silencioso entregarse.
Quiero por eso, repetir: cuando se trata de la materia de la meditación, deberíamos tomar como objeto no sólo – aunque por un tiempo lo hagamos en forma especial – las conducciones y disposiciones de nuestra vida, y no descansar hasta que todo sea elaborado en nuestra alma, y hasta que la respuesta permanezca y se profundice siempre más: nos entregamos al Señor, al Dios de la vida, renovadamente a través de la vida. Pero no por eso nos dejamos de preocupar de los otros objetos de meditación.
Mantengamos firmemente un segundo aspecto: hay tiempos de concentrada entrega a Dios. Estos deben ser, de por sí, nuestras prácticas de oración, especialmente la meditación.
¿Cuál es, entonces, el último sentido de la meditación? La meditación es, para nosotros, una escuela de amor.
En la meditación debo aprender a amar. Si he conseguido esto, da lo mismo qué método he aplicado. Depende pues muchísimo de que realicemos, en la forma más perfecta posible, las prácticas religiosas que tienen lugar en el horario. Escuchemos nuevamente las expresiones: prima imprimis, quam optime… ¿Qué significa esto? Valorar y realizar lo mejor posible las diversas prácticas, en último término, como expresión de la actitud o como medio para profundizar en la actitud.
Para ser sincero, y para tener en cuenta todas las peculiaridades que irrumpen tan fuertemente en la vida actual, cuando se trata de lo más interno, no debo dejar de ver y de reconocer: es muy posible que, en medio de la vida cotidiana, cuando estoy agobiado por cargas y trabajos, pueda estar más profundamente en Dios que en los tiempos de concentrada entrega. Será éste, con frecuencia, el caso para ustedes, en especial para las naturalezas activas. Esto significa que, cuando estoy sobre exigido, sobrecargado, todo me impulsa con mucho más fuerza a Dios que durante el tiempo de la meditación.
¿Qué debo sacar como conclusión? Creo que sería una conclusión equivocada si dijéramos: entonces, dejo de lado las prácticas de oración, dejo pasar los tiempos del estar concentrado, entregado a Dios, y la meditación y las prácticas espirituales… las dejo estar. Eso puede ser posible, transitoriamente pero, a la larga, ambos aspectos dependen muy estrechamente uno del otro. Si no mantengo los tiempos del estar concentradamente entregado a Dios, entonces debo temer que mañana o pasado mañana, Dios Padre tampoco me hable tan claro a través de la vida cotidiana, a través de los sufrimientos de los demás. Sé por experiencia: cuando veo las penurias del pueblo o cuando veo cómo Dios ha conducido la vida de otras personas y cómo me ha conducido a mí, tengo amplia materia para el amor. Esto es, por lo demás, del todo verdadero: serán muchos de los nuestros, si no tarde o temprano todos, los que seremos estimulados a ir a Dios a través de las necesidades de la cura de almas, de las necesidades de quienes nos han sido confiados. Cuando notemos que toda nuestro enfoque psicológico, nuestra maestría en ese campo, no ayuda nada para ser dueños de sí mismos, empezaremos a ser humildes. Es también un gran regalo de Dios que percibamos: ¿qué es lo que podemos lograr por nosotros mismos? Podemos prepararle un poco el camino a Dios pero, al fin de cuentas, Él mismo debe intervenir en el engranaje del alma, no sólo de la propia, sino también de las almas ajenas.
Creo que con esto les habría dicho lo fundamental de cuánto se puede decir de la meditación desde un punto de vista práctico. Por supuesto que sucede, tarde o temprano, que nos inclinamos a decir con demasiada facilidad y rapidez: no me fue posible (hacer la meditación), estaba demasiado cansado. Bueno, si por un tiempo prolongado sucede así, entonces debo tratar de irme a dormir más temprano. Puede también ser –especialmente si pertenezco a las “naturalezas vespertinas”– que use los tiempos de meditación para completar o anticipar el sueño. Esto no sería tan trágico pero, a pesar de todo es mejor que me esfuerce por mantener el tiempo de meditación. Y entonces, si Dios Padre alguna vez, por el cansancio me impulsa a dormir, me imagino: elel Padre buen Diospp mira con mucho agrado a un José durmiente, se alegra cuando ve a su José en sueño… (en broma dice) ¡Sí, Padre, que se haga siempre Tu voluntad! Tienen que tomar la vida como es, pero no sacar como conclusión: ¡se acabó con la meditación! Puedo dormir también, pero para eso no necesito estar ahí sentado. Pero de eso se trata: ser maestro en el dominio de la vida significa tener siempre ante sí la totalidad de la vida y entonces, a pesar de todo, mantener firmemente ciertas cosas.
… Me cuentan justamente ahora, cómo nuestros Padres realizan todo brillantemente, pero comienzan a no levantarse en la mañana. Es fácilmente comprensible: ¡caritas Christi urget me…! Eso va demasiado lejos. ¡Trabajo, trabajo, trabajo! En un caso particular, todo es comprensible pero, si eso se cultiva, si no se corre el cerrojo, podemos temer que, tarde o temprano, sucederá cualquier cosa desagradable. Lo hemos tratado con nuestras Hermanas. Cuando una Hermana ha tenido un curso allá afuera y ha sobrepasado el tiempo normal de trabajo en la noche – porque por lo general la mayor parte del trabajo hay que realizarlo en esas horas – entonces tienen derecho a dormir más durante unos tres días. Dondequiera una comunidad religiosa es dirigida de acuerdo a su finalidad, se le da una extraordinaria importancia a la levantada a la hora señalada pues, en efecto, todo el día se determina por la levantada . Si en la mañana ha habido demasiadas concesiones, aunque existan muchas razones para ello, que siempre existen, en especial en los comienzos del trabajo apostólico más tarde la conciencia termina siendo aniquilada. Estas son cosas que pertenecen a una fuerte educación varonil.
Ustedes saben que los jesuitas tienen una hora de meditación diaria. Y lo que causa una curiosa impresión es el hecho de que tienen alguien, un vigilante, que tiene el derecho, cada mañana, durante el tiempo de meditación, de llamar a la puerta y de entrar a la habitación de los padres para ver si éste efectivamente medita. Esto es entre varones. Nuestras Hermanas tienen algo parecido. Pueden meditar donde lo deseen, pero hay alguien que debe cuidar la disciplina, que tiene el derecho de vigilar si se realiza la meditación. El ser humano es así… Si somos seres humanos, especialmente si vivimos en comunidad, tenemos que contar siempre con las leyes de gravedad, que se verifican también en nosotros. Noten que un tipo de hombre, de varón, requiere también una cierta disciplina y que, por lo general, el varón se inclina ante la disciplina, si esta se aplica adecuadamente.
Por supuesto podríamos decir: ¡Eso es falta de generosidad! La generosidad es siempre una meta, un fin. ¿Acaso es siempre una posesión? Son cosas que con facilidad se mal interpretan en base a la ley de gobierno, del estilo de conducción o de la ley de la vida: “vínculos obligatorios sólo en cuanto sean necesarios “. Acostumbro a decir: sí, pero también: vínculo obligatorio también en cuanto sea necesario. Deben por eso preguntar: ¿En qué medida es necesario el vínculo obligatorio? Y es frecuentemente necesario, también para un hombre maduro. Siempre se necesita, en alguna forma, la vara de la disciplina. No deben pasar por alto: llevamos el pecado original en nosotros y debemos contar concretamente con él. Y es preferible tomar medidas en determinados puntos que dejar siempre libertad; al final, la libertad degenera en libertinaje. No sé si con esto he dicho lo suficiente para iluminar, de algún modo, la esencia de la meditación, la imagen de ella y el método para realizarla.
Ahora bien, puede ser que se digan ustedes: tiene razón, es verdad, está bien pensado y si queremos llegar a ser una comunidad resistente, deberíamos incorporar todo esto más adelante. ¡No, no! Debo decir: ¡Esto lo debemos hacer ahora! ¡Ahora debe ser ejercitado! Si no lo hacen ahora, más adelante será demasiado difícil determinar algo y todo permanecería siendo una teoría: debe destilarse de la vida; sería éste un pensamiento que agregar.
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- III. PREGUNTAS Y TAREAS
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- 1. PREGUNTAS DE COMPENSIÓN
- a. ¿Qué importancia damos en la práctica a la meditación?
- b. ¿Cuál es la diferencia entre estudiar, reflexionar y meditar¨
- c. ¿Cuáles son las tres preguntas que recomienda el P. Kentenich como guía de la meditación?
- d. ¿Qué importancia tiene el tiempo, lugar y condiciones en que realizamos la meditación?
- 1. PREGUNTAS DE COMPENSIÓN
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- 2. PREGUNTAS DE PROFUNDIZACIÓN
- a. ¿Qué significa “ponderar con mucho afecto” la verdad?
- b. ¿Practicamos solo la meditación de la vida?
- c. ¿Qué diferencia hay entre las prácticas de meditación al estilo de la Nueva Era y lo que propone el P. Kentenich?
- d. ¿Cómo realizamos la “lectio divina?
- e. ¿Cuál es la materia de nuestra meditación? ¿Cuándo y cómo la definimos?
- f. ¿Cuál es la diferencia entre “revisión del día” y “meditación de la vida?
- 2. PREGUNTAS DE PROFUNDIZACIÓN
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- 3. TAREAS
- a. Intercambiar sobre la práctica de la meditación: ¿qué nos resulta fácil y lo que nos resulta difícil?
- b. Determinar cuándo y cómo meditamos.
- c. Hacer la meditación de la vida personalmente, pero también practicarla como matrimonio y también, ojalá, algunas veces como familia.
- d. Revisar especialmente en el retiro mensual nuestra práctica de meditación.
- e. Tener presente que el ejercicio de la meditación de la vida requiere meses o mas para que se haga un hábito. Conversar al respecto y luego concretar cada uno su práctica.
- 3. TAREAS
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ANEXO SEGUNDA SESIÓN
LA IMAGEN DE LA ESCALERA
Tomado del libro “Dios Presente”, Editorial Patris
Instalar una escalera
En los textos que siguen, recogemos varios pasajes en que el P. Kentenich se refiere a la meditación de la vida como un “poner una escalera” frente a cada acontecimiento, cuando hacemos la meditación de la vida, hasta descubrir, en la cúspide, al Dios de la vida. Son textos semejantes pero, de todos modos, los agregamos porque, en cada uno, aparecen nuevas sugerencias.
Texto 208 (según la enumeración en el libro)
(Cuando nos hemos referido a nuestro método de meditación), con gusto hemos usado esta imagen: en cada acontecimiento -que nos lo imaginamos como una catedral-, en la cúspide de cada acontecimiento, allí está Dios en su trono. Y nosotros debemos arrimar una escalera para la inteligencia, para la voluntad y para el corazón (para subir hasta él). Con la razón iluminada por la fe, debemos trepar y allí contemplar, creyentemente, al Padre Dios que está tras todo lo que acontece. Pero, también, queremos colocar la escalera para el corazón a fin de abrazarlo con amor.
No se trata sólo de entrar en la intimidad con Dios sino, también, de responderle con la entrega de nuestro corazón. Por eso, siempre queremos unir los dos fundamentos sobre los cuales reposa nuestra Familia: la fe en la divina Providencia y la alianza de amor. La alianza de amor incluye en sí actos de amor, respuestas de amor a lo que Dios nos ha dicho a través de lo que acontece en nuestra vida cotidiana.
De modo semejante, miramos hacia adelante, al próximo día. No sólo pos-gustamos el día pasado. Pre-examinamos y pre-gustamos el día que se avecina. Consideramos, entonces, qué nos trae este nuevo día. Y tratamos, al mismo tiempo, de pre-vivirlo, no sólo con la inteligencia, no sólo valerosamente con la voluntad, sino, también creyentemente, con el corazón. (Priesterexerzitien, 1967)
Texto 210
Instalar una escalera (3)
La concepción popular nos muestra todas las cosas creadas, todos los acontecimientos de nuestra vida como un edificio, como una catedral, en cuya cúspide está siempre el Dios de la vida. Nuestra tarea consiste entonces en instalar una escalera en cada acontecimiento, en cada situación. Tomen cualquier acontecimiento: la guerra perdida (la segunda Guerra Mundial), un cierto quiebre en nuestra naturaleza, una tara hereditaria, pecados que he cometido. Ponemos la escalera y así contemplamos cada pequeñez en nuestras vidas. Debiera darse una cierta predisposición en nosotros frente a todo lo que suceda, de modo que la primera pregunta fuese: Padre, ¿qué quieres decirme con esto? Buscar y encontrar a Dios en todo. Nuestro tiempo está hoy tan convulsionado y confuso. El hombre actual se derrumba interiormente ante esta situación. Si yo no elevo la mirada más allá y percibo otras leyes, entonces me derrumbo; me enfermo, me convierto en una pobre criatura. Por eso, coloco la escalera para la inteligencia. Me pregunto a la luz de la fe: Padre celestial, ¿qué quieres tú con esto, qué intención hay detrás? Pero también pongo la escalera para el corazón; esto es más importante aún. Trepo con el corazón y abrazo allí al Dios vivo y sus intenciones. ¡Fácil decirlo, pero difícil realizarlo!
¿Qué hemos de hacer, entonces, cuando queremos pasar de la escuela de formación a la escuela de vida? Dicho de otro modo: ¿Qué podemos hacer para gustar experimentalmente la fe en la Providencia?
Debo delinear nuevamente un esquema, porque se trata, una vez más, de cuestiones que ya hemos resuelto; pero creo que aún no vemos ni comprendemos bien, en toda su envergadura.
Pienso que debo mencionar, primero, nuestra forma preferida de meditación. Ustedes la conocen: elegir la vida como objeto de nuestra meditación. La vida es tan importante para nosotros. Con el tiempo, deberíamos lograr en esto cierta maestría, de modo que ya no necesitemos aplicar o ejercitar este método de meditación en cuanto método, porque ello ya se ha hecho carne de nuestra carne.
¿De qué trata, por lo tanto, este método de meditación? Ustedes conocen las sencillas imágenes que hemos usado desde un principio. En este caso, se trata de colocar los peldaños. ¿Dónde colocarlos? ¿Qué peldaños? Son los peldaños de la razón y del corazón creyente. La razón creyente contempla y considera cada suceso de nuestra vida, aun el más pequeño y también el más grande, como una catedral, diría yo, en cuya cima está Dios. Es sólo una imagen sencilla. Debemos hacer transparentes las cosas, transparentes por medio de la fe. Utilizamos la razón creyente para ascender los escalones y ver, allá arriba, a Dios.
Todas las expresiones que conocemos deben ser repetidas aquí. Les ruego que no esperen absolutamente nada nuevo, sino una vigorosa admonición: «Debo hacer esto, pues si no lo hago, no puedo esperar que la gracia divina siga conduciéndome el día de mañana». Ustedes deben tener presente que todo viene de Dios. Él tiene las riendas en sus manos. Todo lo que nos ha ocurrido durante el día es un saludo de Dios Padre, pero he olvidado devolverle el saludo y reconocer que él está detrás de éste. (Kampf um die wahre Freiheit, 1946)
Texto 211
Instalar una escalera (4)
Debo poner una escalera en cada acontecimiento, trátese del pasado, presente o futuro. ¡Arrimar una escalera! Poner una escalera para el intelecto, arrimar una escalera para el corazón. ¡Poner una escalera! Expresado, nuevamente en forma popular: me imagino que detrás de cada acontecimiento está Dios. Digamos que él está sentado sobre ese acontecimiento como sobre una torre. Y ¿qué debo hacer yo? Si mi intelecto y mi corazón se comportan correctamente, entonces, debo poner la escalera, mirar hacia arriba y preguntarme: ¿Qué quiere el Dios que está en la cúspide de cada acontecimiento? ¿Qué quiere? ¿Qué quiere decirme con esto? ¿Qué intenciones persigue? Una y otra vez repetimos: Mi justo vive de la fe (cf Rom 1, 17; Gal 3, 11), vive del espíritu de fe. En toda circunstancia: Es la voluntad de Dios, por eso permanezco tranquilo. O la otra frase de san Pablo: Diligentibus deum omnia cooperantur in bonum, En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rom 8, 28). Y esto debemos lograrlo con el tiempo por medio de la autoformación. Vean que ahora acentúo esto con más fuerza, claro que también lo otro debe ser tomado en cuenta: lograr esto es una gracia, pero esto lo suponemos. Debo lograrlo por ejercitación; sí, repitámoslo, llegar tan lejos con el ejercicio, con la ejercitación que, en último término, lo llegue a poseer funcionalmente como una segunda naturaleza. Ocurre cualquier cosa y, en forma inmediata, ¡subir la escalera! ¿Qué quiere Dios? Dios lo ha enviado, ¿qué quiere con ello?
Pero esto solo no basta. También debo poner la escalera para el corazón. Si no elaboro los acontecimientos con el corazón, entonces, a la larga, no llegaré a ser una persona interiormente libre. Ustedes pueden percibir cuán profundamente tocan estas cosas tan importantes nuestra vida. ¿Qué significa todo esto para nosotros? Se trata de una extraordinaria, de una hermosísima escuela de educación. (Kampf um die wahre Freiheit )
Texto 212
Instalar una escalera (5)
Pasión por Dios, instinto de lo divino, gusto por lo divino. Todo un mundo surge nuevamente de este modo ante nosotros. Por lo tanto, apliquemos nuestro método de meditación: subir los peldaños, ver a Dios allá en lo alto con la razón creyente. También debo verlo, aunque se ponga guantes de hierro. Hay que subir los peldaños, pero no sólo con la razón, sino también con el corazón. Ahora hago lo que antes había olvidado, con el corazón abarco toda su persona; le entrego a Dios nuevos derechos sobre mí mismo para que él haga lo que quiera conmigo.
He de insistir, una vez más, en que ustedes no deben considerar todo esto como una sabiduría conceptual, sino como una sabiduría de vida y han de incorporarlo a la vida diaria. ¿Quién de nosotros no tiene suficientes ocasiones para decir de uno u otro de nuestros prójimos: ¡Cuán a menudo me ha herido, hoy día, sin quererlo!? Son pinchazos; somos así…
Tomen en cuenta que, en medio de la vida, en el mundo exterior, incluso como sacerdotes experimentados, podemos darnos a la fuga -mejor dicho- podemos huir de nosotros mismos. Pero cuando volvemos a la soledad, cuando estamos solos con nosotros mismos, notamos cuántos “pinchazos” no han sido elaborados en nuestro interior. Entonces notan ustedes que todos estos pinchazos se unen; por así decirlo, forman una gran montaña y ella se desploma sobre nosotros. ¿Por qué? No hemos sabido arreglárnosla con las experiencias no digeridas. No hemos logrado ver, detrás de ellas, la mano del Padre, el corazón del Padre.
El método, por eso, llama nuestra atención sobre la necesidad de reflexionar y gustar, una y otra vez, lo que Dios Padre ha puesto ante nosotros, sea ayer o anteayer o durante la vida pasada.
Para ir más a fondo y dominar la vida práctica, más enérgicamente, preguntémonos: ¿Qué puede suceder hoy? Tengo que dar examen ¡y qué examen! Tengo que ir al médico y siento angustia y preocupación. Parece ser cáncer. Y ahora, ¿qué sucederá? Debemos pre-gustar todo esto, por así decirlo. También en estos casos, Dios está en lo alto. Subamos los escalones y veamos a Dios allá arriba. Apoyémonos en eso y subamos con el corazón.
Fíjense en lo que regala, a la larga, una sólida educación. Si quieren ser grandes o pequeños héroes o mártires de la fe, no podrán prescindir fácilmente de ese método. Por cierto que Dios puede derramar sobre nosotros, por pura misericordia de su amor, torrentes de fe en la Providencia pero, generalmente, no lo hace.
¿Qué ocurrió, en aquel tiempo, en el caso de Zaqueo? El quería ver al Señor y se subió a un árbol, pero luego debió bajar de allí. Piensen en san Pablo. Cabalgaba en su corcel. Primero debió hacerse pequeño y ser derribado de su caballo, derribado del sentimiento de su propia excelencia y de la adoración a sí mismo. (Exerzitien für Theologie-Studenten, 1967)
Texto 213
Instalar una escalera (6)
Tenemos preferencia por un método propio de meditación. Es precisamente el método de meditación que acabamos de esbozar. ¿En qué consiste? Tomamos nuestra propia vida como objeto de meditación, o de reflexión más extensa. Sabemos, por experiencia, que tenemos registrados innumerables episodios de nuestra vida; pero pasan por delante de nosotros a la velocidad de un tren expreso. Tenemos que interpretar todos estos acontecimientos, los chicos y los grandes, como si formaran un gran templo y en la cúspide de este templo está Dios. ¿Qué queremos lograr con esta meditación? Poner peldaños. Poner peldaños al entendimiento y al corazón. ¿Qué significa esto?
Consideremos, por ejemplo, que una gran desilusión, una gran sorpresa nos ha caído en suerte ¿Qué hacer? Ya que, espontáneamente, en general no nos resulta fácil ver a Dios detrás de todo esto, o sentir y besar sus manos, por eso tenemos que volver sobre ello y reflexionar: Sucedió esto y esto. ¿Qué me habrá querido decir Dios? Colocar peldaños al entendimiento iluminado por la fe y también al corazón. El corazón sube, se abraza a Dios y le besa la mano. (…) ¡Sería una pena no poder cosechar los abundantes frutos de todas nuestras vivencias y sacrificios! Nuestro fruto más preciado sería vivir de la fe, hacer triunfar a Dios; que él triunfe en nuestro entendimiento, que triunfe en nuestro pensar prosaico, frío, sin fe o ajeno a la fe. Si el Santo Padre ha proclamado un año de la fe, ahora ya sabemos lo que debemos hacer en él.
Debemos aprender a mirar el pasado, ejercicio que solemos llamar postexaminar y postgustar lo que Dios me quiso decir ayer y, después, preexaminar y pregustar lo que posiblemente me espera hoy. De esta manera, mi vida se hace objeto de la meditación; no descanso hasta no adentrarme en los planes de Dios, hasta no ver, detrás de todo, el amor del Padre eterno. Deberíamos comprobar cuántas veces hemos experimentado, en nuestra vida, el lema que guía a la Familia desde 1915: Mater perfectam habebit curam et victoriam, la Madre cuidará perfectamente y obtendrá la victoria.
El segundo medio lo considero también de mucha importancia. Pensemos en nuestra juventud. Es natural que ellos, tal como lo hicimos nosotros, aspiren a un heroísmo ético. Pero, mientras más propósitos, más fracasos. Mientras más se sube y se escala, mas violenta es la caída. «Y ahí yacen en la hierba los trozos del cristal roto». Podemos tomar un propósito tras otro, pero fracasa la realización final. Especialmente, cuando sufrimos una pasión y no nos resulta vencerla. O no logramos encontrar el camino al mundo sobrenatural.
No puedo imaginar otro camino mejor para encontrar el camino al mundo sobrenatural que la respuesta que demos a nuestros fracasos. Al comienzo dije que «Familia victoria Patris» , (Familia de la victoria del Padre), no sólo significa darle la oportunidad al Padre Dios para que triunfe sobre nosotros, sino preocuparnos también de triunfar nosotros sobre él. ¡Éste es el punto! ¿Cuándo “triunfamos” mejor y más efectivamente sobre Dios Padre? Cuando, con toda humildad, reconocemos nuestra miseria. No debemos volver a apretar los dientes, sino decir con sencillez y humildad: “Sí, soy una criatura miserable”. Ustedes pueden leer en la Santificación de la vida diaria esta hermosa expresión: “¡La miseria reconocida y aceptada -oigan bien lo que esto significa- es la omnipotencia del hijo y la impotencia del Padre!”. Mi debilidad asumida es el triunfo, mi triunfo sobre el Padre Dios. Y al Padre no le queda otra cosa que inclinarse amorosamente y llevarme a su corazón.
Tal vez tomemos esto sólo como palabras vacías. Todos formamos parte de esta humanidad moderna. Si damos una mirada al mundo de hoy, a la humanidad actual, descubriremos rasgos del existencialismo moderno. La humanidad entera, el hombre moderno, llámese como se llame, se vista como se vista, sea rico o pobre, es interiormente más débil y vulnerable que en el pasado. El existencialismo, que no reconoce a un Dios vivo, se lanza al torbellino de la vida apretando los dientes. Como el héroe moderno, eticista de la juventud, ve su grandeza sólo en dejarse lanzar de aquí para allá. Ésta es la gran audacia de su vida, y el estrellarse o el caer al abismo, es su grandeza.
¿Y cuál es mi grandeza, nuestra grandeza? Nosotros no queremos que nos lancen. Estamos ya lanzados en medio de todos los desastres y dificultades de la vida. ¿Qué haremos en este caso? Como hijos sencillos e “ingenuos”, correr a refugiarnos en el corazón del Padre Dios. Este conocimiento y reconocimiento sencillo nos dará, a la larga, paz interior y nos impulsará hacia el mundo sobrenatural. Lo repito: difícilmente exista otro medio más eficaz para sentirse en casa, en Dios, que esta forma de dar respuesta a las debilidades de nuestra naturaleza. (Vortrag, 1967)
Texto 214
La mirada del Padre
Actualmente, en toda la Familia, es común una imagen sencilla. Queremos y debemos hacerla nuestra de nuevo. Fijándonos en esa imagen, podemos imaginarnos que no sólo el ojo del Padre nos contempla y cuida siempre como a la pupila de sus ojos, sino que somos la pupila de los ojos de Dios Padre. Siempre nos mira con complacencia. Esto es de por sí la aplicación práctica de una gran consigna y de una gran convicción: mi vida práctica es la realización de un plan de amor, sabiduría y omnipotencia. Él me mira, él me saluda.
Hay también otra imagen que viene al caso. Dios Padre me toca con su mano paternal que es siempre bondadosa, pero, a veces, curiosamente, esta mano paternal se reviste de un guante de hierro. ¿Quién es este guante de hierro? Es el prójimo, cuando me hace daño.
Y esto sucede a menudo en nuestra vida comunitaria: chocan entre sí las maneras de ser o yo no me entiendo con mis superiores y me aflige el hecho de que no me entiendan. Fíjense en la vida diaria, tal como se presenta en la realidad.
¿Ven ahora dónde están los guantes de hierro? Sí: es la flagrante injusticia que cometen conmigo, me quitan mi honor. ¿En qué consiste, entonces, la actitud fundamental de la fe en la Providencia? En girar en la vida en torno al Padre, al Dios de la vida, al Dios Padre de la vida. Tengo que mirar a través de estos guantes de hierro y descubrir allí la bondadosa mano del Padre. Necesito el guante de hierro, tengo que ser sacudido, remecido. Si eso lo hace Dios y la actitud de fe en la Providencia me convence de ello, ¿qué importa, entonces? (…)
No debemos pasar por alto al ser humano, ni decir «lo que él hace está siempre bien». Porque lo que hacemos puede ser pecado, pecado grave. Pero no se trata de eso. Más allá del gran pecador, debo ver la mano de Dios. El se vale del pecador, que puede ser, por ejemplo, el Estado o quien fuere. Pero hagamos transparentes las cosas. Todo debe ser hecho transparente y hemos de ver a Dios tras todas las cosas. (Studentats-Exerzitien, 1967)
Texto 215
Ver lo que otros no ven
El hombre providencialista posee una nueva luz, una nueva fuente de luz; ve muchas cosas que otros no ven; mira al fundamento de las cosas; es un hombre clarividente, capaz de “hacer transparente” todo lo creado, hacer transparente a toda criatura. Veo a través de todas las cosas creadas como a través de una vidriera. Veo detrás de todo al Dios de la vida y la realidad sobrenatural, las disposiciones y conducciones divinas. (…)
Mirando hacia al pasado, si recordamos cómo algunas vivencias no digeridas nos atormentan: eso no debe quedar sin digerir. Todo en nuestra vida debe resonar y desembocar en Dios. ¡Qué gran libertad interior nos da eso! Significa, prácticamente, situarnos desde el punto de vista de Dios. Puedo ver las cosas desde el punto de vista de Dios. ¡Cuán lejos se mira entonces! ¡Cuán interiormente libre soy entonces!
Esto es una tarea de vida en un tiempo que apenas conoce tal grado de providencialismo, en el que los hombres religiosos sólo lo vislumbran en general. En un tiempo así, el hombre está generalmente en peligro de convertirse en un fatalista o en un hombre interiormente endurecido. Dios nunca abandona a quien se ha acostumbrado a este método. Dios nos dice algo en cada pequeñez. Cuando un hombre vive como ermitaño, cuando pocos acontecimientos irrumpen en la vida, entonces, realizar este ejercicio puede resultarle difícil, porque las cosas hablan muy poco. Pero a nosotros, Dios nos habla todo el día por las circunstancias. ¡Cuán felices somos, entonces!
Según san Ignacio, nuestra gran tarea consiste en lo siguiente: «Deum quaerere, invenire diligere in omnibus rebus et personis».87 El lenguaje de Dios son las cosas y acontecimientos, sean cuales sean. Yo debo entenderlos y responderles. Ése es el hombre del más allá (el hombre que vive de la fe).
Para repetir otra expresión conocida: el hombre del más allá es capaz de escuchar el saludo de Dios y responder siempre con otro saludo. Si eso se ha internalizado en mi conciencia, ¡qué hermoso es saber que Dios me saluda! Yo sólo tengo que responder ese saludo. Puedo hacerlo con el entendimiento, con el corazón, con la voluntad. ¡Dios quiere recibir una respuesta de amor! La altura de nuestra vida espiritual podemos medirla en esto, en cuánto nos demoramos en adoptar esta actitud después de algún acontecimiento. Si ésta es la primera reacción, entonces, ¡cuán sobrenaturales hemos llegado a ser! Si, frente a golpes del destino, la reacción es: “Dios sabrá por qué lo hace o permite”, si es ésta la primera reacción, entonces, visto sicológicamente, ¡cuánto ha penetrado ya la fe en mi subconsciente!
Porque Dios habla, hoy, en forma tan potente el lenguaje de las cosas y los acontecimientos, porque Dios se hace, hoy, tan perceptible, por eso estamos obligados a escucharlo. El hombre terreno se quiebra ante los problemas del más acá. La tierra ha sido separada del cielo, por eso se hizo infierno. Conscientemente, la tierra se ha separado del cielo: una tierra que quería, sin cielo, convertirse en paraíso. ¿Y el resultado? Llegó a ser un infierno. ¿Cómo volverá a ser un trozo de paraíso? Buscando la unión con el más allá.
Recuerden esa hermosa expresión que me acompañó personalmente, en Dachau, en todos los acontecimientos: Dios debe ser visto como un Padre. La Sagrada Escritura lo muestra incluso como una madre. Una madre no se olvida de su hijo. Una madre está siempre dispuesta a prepararle los mejores pañales a su hijo. Así debo estar yo convencido de que, venga lo venga, un Padre Dios, que también es madre para mí, me ha preparado los mejores pañales, también si estos pañales tuviesen espinas y cardos.
Una fe que haya pasado al sentimiento contiene la convicción inconmovible: venga lo que venga, siempre será lo mejor para mí! El hombre del más allá es un hombre extremadamente clarividente. (Kampf um die wahre Freiheit, 1946)
[1] Podríamos decir también, como apóstoles laicos.
[2] Hörde, ciudad del norte de Alemania en la que, el 19 y 20 de agosto de 1919, se realizó una Jornada o encuentro de trascendencia histórica para el Movimiento de Schoenstatt, pues se inicia la así llamada “organización externa” mediante la cual el Movimiento de Schoenstatt deja de ser exclusivamente para miembros del seminario palotino e incorpora plenamente a jóvenes no seminaristas. Un año más tarde, se incorporan también las primeras mujeres del Movimiento. Además, se funda la Federación Apostólica del Movimiento de Schoenstatt que es una comunidad de jefes, de apóstoles, que aspira a alcanzar el más alto grado de santidad cristiana. Es por eso que el P. Kentenich dice en su carta que, al aceptar “las resoluciones de Hörde, renunciamos desde un principio a un movimiento de masas”.
[3] Se refiere a las personas a las cuales les predicaba en ese momento (NT)
[4] Se refiere a las personas a las cuales les predicaba en ese momento (NT)