Texto: Lucas 1, 39
La Santísima Virgen acababa de recibir la noticia, humanamente increíble, de que ella ha sido escogida por Dios para ser la Madre del Salvador, la Madre del Hijo de Dios. Un ángel le ha comunicado esta buena noticia, y como de paso le anuncia que su anciana prima Isabel, que era estéril, está esperando un niño por un prodigio divino.
María, después de la Anunciación, podía haberse quedado en una actitud pasiva, gozándose egoísta y tranquilamente con el hecho de que en sus entrañas el Hijo de Dios se iba haciendo hombre. Pero, en vez de eso, nos dice san Lucas, «partió apresuradamente» a Ain Karim, donde vivía su prima Isabel. Deja la tranquilidad y la comodidad y emprendo un viaje de 4 días, probablemente con una caravana de peregrinos que iban a celebrar la Pascua en Jerusalén. Un viaje pesado que, en su parte final, era por una «región montañosa». Pero a María, nada de esto se le hace pesado; para ella no es un sacrificio ir donde su prima. Todo lo contrario. Siente una gran alegría no sólo por ser la Madre de Jesús sino por poder ir a servir a su prima. Ese partir «apresuradamente» o «de prisa» como a veces se traduce, nos indica algo de ese gozo. Es la misma prisa que sienten los pastores por acudir donde Jesús, cuando se los comunica el nacimiento del Niño.
Entre las alegrías de María, una que debió acompañarla permanentemente es esa alegría de servir. En el Evangelio casi siempre aparece sirviendo. Ella se llama, por dos veces, a sí misma «esclava», que era la palabra clásica de la época para designar al que estaba para servir. Con la diferencia que el servicio del esclavo era un servicio obligado, forzado; en cambio, el servicio de María es un ser¬vicio libre, es un servicio hecho como demostración de un amor des¬bordante que sólo busca el bien de los demás, con completo olvido de sí misma.
Estas dos primas, María e Isabel, son presentadas en el Evangelio con una marcada diferencia de edad. María era muy joven, en cambio Isabel está en su «vejez». Precisamente por eso, porque Isabel era anciana, porque nunca había tenido un hijo, es que María, emprende su viaje para ir a servirla. Tres meses permanece María en el hogar de Isabel, el hogar del futuro Juan Bautista. Durante estos tres meses, María se preocupa de que su prima descanse y ella asume todas las labores de la casa. Incluso, es lo más probable que María en la soledad de ese pequeño pueblo ubicado en las montañas de Judea haya ayudado en el parto mismo, prestando los servicios de una matrona.
Con esta actitud servicial, de la cual el ejemplo más clásico es esta visita a Isabel, María pone en práctica aquello que será una enseñanza fundamental.
Es la actitud que Cristo pide a sus discípulos: «El mayor entre ustedes, seas como el menor y el que mande como el que sirvo». (Lc. 22, 26)
Es a la vez la actitud con la cual se caracteriza a sí mismo: «Yo soy en medio de ustedes como el que sirve». (Lc 22,27). «Ustedes me llaman Maestro y Señor. Y dicen verdad, porque lo soy. Si yo que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros» (Jn 13,13 ss.).